1 A y E, Pa p. h- pe Pe , , . An ? z - ? rr Pe A Fr ds o E e En ET hi in ! » S La y L rs Ap y a h q "a a Pa El a " AAA py: Pa 0 y Fa Mea E A A ee Ad DAA e Pr A Le id Pava de LE >
7] 41% ñ de 4 AA a. us o ea: L] AL: e q fr. Es 7 Faip" E Me, q há A 4 E E 7 AA Y di mp A, JN % pe q L ri y ie
CR E 4 AS A Es Me
A Ar coa a A AE CIEN E ad!
0 Ed eS es eS de NEAL
OS
Y y ELISA EE ONCE ETS cd0 Ea dei ni ro At Sa a, CE A REID E oa e " q Na sr D y si Eta poa CN e E cs Av pe
. a Ñ Me Ed R PE AN Co Ec Ñ LS ERE nas AS E 1 e REGIO AI CSS ARO Mb ST lo LA SNA pe ye 7 RA COLON AP E AO SS NI AD E
Wir E hy a A hi A 0 PINE Ay e Cf at Es Aya eg o
| a Jr o EA pora LA A eN dear LE A SNS e EDO RAEE o ION Pd
Pe GEA 00: Li
e el ¡id ne A: Lp ACA
pr a AR --i A CP
e IA E ASIN de et A Te E AE
gr t j a a da a) a Le 1 Si Md e, Hs Pr y pa p EN As ta DHitA , 1% LO 51) VA E iS Pao jo CA, Ed]
Ñ á a b = - a. 4 Fo rl yA ha E | = de e Le LES ER A e EEE EN AE A pe
y 0 Ae by ¡A
EDITORIAL GREDOS | co 5
TITO LIVIO
HISTORIA DE ROMA DESDE SU FUNDACIÓN
LIBROS XXXVI-XL
- TRADUCCIÓN Y NOTAS D JOSÉ ANTONIO VILLAR VIDAL
Fs
EDITORIAL GREDOS
BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 187
Asesores para la sección latina: JAV1BR lso y José Luis MORALEJO.
Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por JosÉ SoLís.
ESO
O EDITORIAL GREDOS, $. A.
Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1993.
Depósito Legal: M. 33086-1993,
ISBN 84-249-1428-7. Obra completa. ISBN 84-249-1629-8. Tomo. VII,
Impreso en España. Printed in Spain, OS Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1993. — 6598.
NOTA TEXTUAL
La traducción del presente volumen ha tenido como base el texto latino de la edición de W. Weissenborn y M. Mue- ller (Peubner, 1959). Las discrepancias van siempre indica- das en nota a pie de página. Se ha tenido a la vista, entre otras, la edición de J. Briscoe de 1991, de la misma editorial.
LIBRO XXXVI
SINOPSIS
Año 191 a. C.
Roma: preparativos para la guerra contra Antíoco. Asignación de provincias (1 - 4). Grecia: actividad de Antíoco; Beocia, Cálcide. Discurso de Aní- bal (5 - 7). | Actividad de Antíoco: Tesalia, Larisa, Acarnania (8 - 12). Contraofensiva en Tesalia (13 - 14). La batalla de las Termópilas (15 - 19). Episodios posteriores a la batalla (20.- 21, 5). Roma: Escipión y Catón informan al senado (21, 6- 21, 11). Grecia: asedio de Heraclea (22 - 24). Rendición de Lamia. Embajada etolia a Antíoco (25 - 26). Negociaciones con los etolios (27 - 29). Naupacto, Mesene, Zacinto (30 - 32). Conquistas de Filipo. Tregua para los etolios. Congreso aqueo en Egio (33 - 35, 10). Roma: embajadas, juegos, templos, prodigios (35, 11 - 37), La guerra en el Norte. Discutido triunfo de Escipión Nasica (38 - 40). Oriente: la guerra en el mar. Batalla de Córico (41 - 45, 8). Roma: elecciones (45, 9).
Ls
6
10 HISTORIA DE ROMA
Cuando los cónsules * Publio Cornelio Roma; Escipión *, hijo de Gneo, y Manio Acilio id Glabrión ? entraron en funciones, reci-
para la guerra d contra Antíoco. bieron orden del senado de cumplir con Asignación el ceremonial religioso, antes de tratar la
de provincias ES E o cuestión de las provincias, sacrificando víctimas adultas en todos los santuarios en que ordinaria- mente se celebra el lectisternio la mayor parte del año, pa- ra pedir que el proyecto de una nueva guerra que el senado tenía en la mente fuese para bien y prosperidad del senado y €el pueblo romano. Todos aquellos sacrificios fueron favorables y se obtuvieron buenos presagios desde las pri- meras víctimas, y así los arúspices respondieron que con aquella guerra se ampliaban las fronteras del pueblo roma- no, que se manifestaba una victoria y un triunfo. Cuando se recibió esta respuesta, libres ya los ánimos de preocupa- ciones religiosas, los senadores dispusieron que se sometie- se al pueblo la cuestión de si quería y mandaba que se | entrase en guerra contra el rey Antíoco y contra quienes lo secundasen; en caso de ser aprobada esta proposición, entonces los cónsules se servirían someter todo el asunto a la consideración del senado. Publio Cornelio consiguió la aprobación del proyecto de ley. Entonces el senado de- cretó que los cónsules sortearan entre ellos las provincias de Italia y Grecia. Aquel a quien correspondiese Grecia,
Los cónsules del año 191, elegidos ante la perspectiva de la inmi- nente guerra contra Antíoco II íver XXXV 24), pertenecían ambos al grupo de los Escipiones y habían sido ya candidatos para el año 192 (XXXV 10, 2 - 3). |
2 Escipión Nasica, hijo de Escipión Calvo, el cónsul del año 222 que murió en Hispania en el año 212 (XXV 36, 13).
3 Plebeyo, partidario de los Escipiones, que siendo pretor había repri- mido la revuelta de los esclavos en Etruria (ver XXXIII 36, 1 ss.).
LIBRO XXXVI 1
aparte de los efectivos que había alistado o exigido * para dicha provincia el cónsul Lucio Quincio ? en virtud de una decisión del senado, recibiría el ejército que el pretor Marco Bebio * había trasladado a Macedonia el año ante- rior en conformidad con un decreto del senado; además, quedó autorizado para recibir tropas auxiliares de los aiia- dos fuera de Italia, sí las circunstancias lo requerían, sin rebasar la cifra de los cinco mil hombres. Se acordó nom- brar legado para aquella campaña a Lucio Quincíio, el cón- sul del año anterior. Al otro cónsul, al que le correspondiera como provincia Italia, se le daba orden de hacer la guerra a los boyos con el ejército que prefiriera de los dos que habían tenido a sus órdenes los cónsules precedentes; el otro ejército lo enviaría a Roma, y esas legiones urbanas estarían dispuestas para acudir a donde decidiese el senado.
Adoptadas estas decisiones por el senado, que aún no sabía cuál sería la provincia de cada uno, se acordó por fin que se hiciera el sorteo entre los cónsules. A Acilio le correspondió Grecia, y a Cornelio, Italia. Luego, defi- nida ya la suerte, se aprobó un decreto del senado dispo- niendo que, en vista de que el pueblo romano, en aquellos momentos, había mandado que hubiera guerra contra el rey Antíoco y los que estaban bajo su autoridad, por tal motivo los cónsules ordenarían una plegaria pública y asi- mismo el cónsul Manio Acilio prometería con voto unos Grandes Juegos en honor de Júpiter y ofrendas en todos los altares. El cónsul, siguiendo el dictado del pontífice
*% Alistar (scribere) tratándose de ciudadanos, y exigir fimperare) en el caso de tos aliados. |
3 Flaminino, el cónsul del año 192 que acabará siendo excluido del senado por Catón (XXXIX 42, $ ss.).
$ M. Bebio Tánfilo. Operaba en el Brucio y había recibido órdenes de embarcar sus tropas (XXXV 24, 3),
-]
tu
ua
12 HISTORIA DE ROMA
máximo Publio Licinio, formuló el voto con estos térmi- nos: «Si la guerra que el pueblo ha mandado emprender contra el rey Antíoco finaliza conforme a los deseos del
4 senado y el pueblo romano, entonces el pueblo romano celebrará en tu honor, Júpiter, unos Grandes Juegos du- rante diez días consecutivos, y se presentarán ofrendas en todos los altares por la suma de dinero que el senado deci-
5 diere. Quienquiera que sea el magistrado que celebre dichos juegos en el momento y el lugar que fuere, estos juegos se darán por celebrados en debida forma y las ofrendas por presentadas debidamente.» La rogativa decretada a con- tinuación por los dos cónsules duró dos días.
6 Inmediatamente después de sortear los cónsules sus provincias, también los pretores hicieron su sorteo. A Marco Junio Bruto le correspondieron las dos jurisdicciones *is; a Aulo Cornelio Mámula, el Brucio; a Marco Emilio Lépi- do, Sicilia; Cerdeña, a Lucio Opio Salinátor; a Gayo Livio Salinátor, la armada; y a Lucio Emilio Paulo, la Hispania .
ulterior. La asignación de tropas fue como sigue: los nuevos reclutas, enrolados el año anterior por el cónsul Lucio Quincio en virtud de un senadoconsulto *, fueron asignados a Aulo Cornelio, con instrucciones de vigilar to-
8 do el litoral en torno a Tarento y Brundisio. En cuanto a Lucio Emilio Paulo $, aparte del ejército que iba a reci- bir del procónsul Marco Fulvio ?, se dispuso mediante un decreto que llevase a la Hispania ulterior tres mil reclutas
bis La de Roma (praetura urbana) y la de extranjeros (praetura peregrina).
? XXXV 41, 7. Dos legiones, más de veinte infantes y ochocientos jinetes aliados.
* El cónsul del año 1832, vencedor de Perseo en Pidna en el año 168.
? Nobilior, según la opinión más común.
LIBRO XXXVI 13
y trescientos jinetes, de forma que las dos terceras partes fuesen aliados latinos y una tercera parte ciudadanos ro- manos. El mismo complemento se le envió a Gayo Flami- nio, cuyo mando había sido prorrogado para la Hispania citerior. Marco Emilio Lépido recibió orden de hacerse cargo tanto de la provincia como del ejército de Lucio Va- lerio *%, al que iba a suceder, y de mantener en la pro- vincia a Lucio Valerio, si lo creía oportuno, en calidad de propretor, dividiendo la provincia en dos partes, una desde Agrigento hasta el Paquino y la otra desde el Paqui- no hasta el Tindáreo **; Lucio Valerio vigilaría el litoral correspondiente con veinte navíos de guerra. Se encargó a este mismo pretor de recaudar dos diezmos de trigo; él se ocuparía de su traslado hasta la costa y su transporte a Grecia. Idénticas instrucciones recibió Lucio Opio con relación al nuevo diezmo que debía ser recaudado en Cer- deña; pero se decidió que ese trigo no fuese enviado a Gre- cia sino a Roma. El pretor Gayo Livio, al que había correspondido la flota en el sorteo, recibió orden de trasla- darse a Grecia cuanto antes con treinta navíos equipados y hacerse cargo de las naves de Atilio *?. Se encomendó al pretor Marco Junio la tarea de carenar y armar las na- ves viejas que había en los astilleros, así como de reclutar entre los libertos marineros para esta flota.
Se enviaron a África tres comisarios a los cartagineses y tres a Numidia a comprar trigo para mandar a Grecia, corriendo el pueblo romano con los costes. La ciudad se
10 L, Valerio Tapón, plebeyo, con Sicilia como' provincia durante su pretura del año 192.
12 Desde el sureste (cabo Paquino) hasta la costa norte (ciudad de Tindaris) de Sicilia.
2 Gayo Atilio Serrano, pretor en los años 192 y 173, cónsul en el año 170,
ro
0
13
(4)
¡94
LD
u
14 HISTORIA DE ROMA
entregó a los preparativos de aquella guerra con tal empe- ño que el cónsul Publio Cornelio publicó un edicto pro- hibiendo a quienes eran senadores, a quienes estaban facultados para exponer su opinión en el senado 13 y q quie- nes desempeñaban magistraturas menores **, alejarse de Ro- ma tanto que no pudieran volver el mismo día, así como ausentarse de Roma cinco senadores simultáneamente. Una disputa que se originó con los colonos de la costa *” interrumpió durante algún tiempo la actividad que estaba desplegando el pretor Gayo Livio para preparar la flota. En efecto, al ser llamados para su incorporación a la flota,
- apelaron a los tribunos de la plebe, y éstos los remitieron .
am
al senado. El senado, sin una sola voz en contra, dictami- nó que aquellos colonos no tenían motivo de exención del servicio a la marina. Ostia, Fregenas, Castro Nuevo, Pirgos, Ancio, Tarracina, Minturnas y Sinuesa fueron las colonias que discutieron con el pretor la cuestión de la exención **. Después el cónsul Manio Acilio, a tenor de un decreto del senado, formuló a los feciales unas consultas: si era obligado declarar la guerra al rey Antíoco en persona o bastaba con comunicárselo a alguna de sus guarniciones, y además, si se les debía declarár la guerra por separado también a los etolios, y si antes de declararles la guerra era preciso romper las relaciones de alianza y amistad.
23 Es decir, los que habían accedido al cargo de cónsul, pretor o edil curul pero no habían formado parte del senado en censos anteriores y hasta la próxima fectio senatus no serían miembros de pleno derecho.
ld Éstos podían hablar en el senado durante el año de ejercicio de su cargo. | ho
15 Sobre estas colonias puede verse J. BrIscoR, A Commentary on Livy, books XXXIV-XXXVH, Oxford, 1981, pág. 222.
16 Compárese la lista con XXVII 38, 4, Castro Nuevo parece ser el de Etruria, al sur de Civitavecchia. Pirgos es el puerto de Caere.
LIBRO XXXVI 15
Los feciales respondieron que ya anteriormente, al ser 9
consultados en el caso de Filipo, habían manifestado que lo mismo daba que se le hiciera la comunicación a él per- sonalmente o a una guarnición suya; la ruptura de las relaciones de amistad parecía que ya se había producido, puesto que los etolios, a pesar de las reiteradas reclamacio- nes de los embajadores, habian considerado justo no resti- tuir ni dar explicaciones; eran ellos quienes se habían ade- lantado a declarar la guerra cuando habían ocupado por -la fuerza Demetriade *?, una ciudad aliada, y cuando ha- bían ido a asediar Cálcide * por tierra y mar, y cuando habian hecho que el rey Antíoco pasara a Europa para hacerle la guerra al pueblo romano. Una vez que todo estuvo ya suficientemente preparado, el cónsul Manio Aci- lio publicó un edicto disponiendo que el quince de mayo se concentraran en Brundisio los soldados que había reclu- tado Lucio Quincio y los que había exigido a los aliados y latinos, que debían ir con él a su provincia, así como los tribunos militares de las legiones primera y tercera. Él mismo salió de la ciudad vestido de uniforme el día tres de mayo. Por las mismas fechas salieron también los pretores hacia sus provincias.
Por la misma época llegaron a Roma los embajadores de dos reyes, Filipo y Tolomeo. Filipo se comprometía a enviar tropas, dinero y trigo para la guerra; Tolomeo también enviaba mil libras de oro y veinte mil de plata. Nada de esto fue aceptado; se les dieron las gracias a los reyes, y como ambos se ofrecían a ir a Etolia con todas sus tropas e intervenir en la guerra, se declinó el ofreci-
—
0
3
14
Ll)
miento de Tolomeo y se respondió a los embajadores de 4
Y Cf, XXXV 34, 5 ss. 18 Véase XXXV 37, 4 ss. y XXXV 50 s.
16 HISTORIA DE ROMA
Filipo que si no dejaba desasistido al cónsul Manio Acilio se ganaría el reconocimiento del senado y el pueblo romano. 5 Igualmente, llegaron embajadores de los cartagineses y del - rey Masinisa. Los cartagineses prometían quinientos mil 18* modios de trigo y quinientos mil de cebada para el ejérci- to, estando dispuestos a mandar a Roma la mitad de ese 6 contingente; pedían a los romanos que lo aceptaran como . 7 un regalo de su parte, y se mostraban dispuestos a armar una flota a sus expensas, y a entregar en el acto y de una vez el tributo que debían abonar durante muchos años en 8 muchos plazos. Los embajadores de Masinisa prometieron que el rey enviaría a Grecia quinientos mil modios de trigo y trescientos mil de cebada para el ejército, y a Roma, al cónsul Manio Acilio, trescientos mil modios de trigo y doscientos cincuenta mil de cebada, y quinientos jinetes 9 y veinte elefantes. Con respecto al trigo, se respondió a * unos y otros que el pueblo romano haría uso de él a condi- ción de que aceptasen su abono. En cuanto a la flota, no se aceptó *” el ofrecimiento de los cartagineses, salvo que debieran algún navío en virtud del tratado. Igualmente, con respecto al dinero se respondió que no se aceptaría nada antes del vencimiento del plazo. 5 Mientras en Roma tenían lugar estos Grecia: acontecimientos, Antíoco, en Cálcide, pa- actividad de a Antloco? ra mantener la actividad durante la per- Beocia, Cálcide. manencia en los cuarteles de invierno, det unas veces recababa él los apoyos de las ciudades enviando embajadores, y otras acudían a él por propia iniciativa, como los epirotas, por acuerdo unánime de su nación, y los eleos, que vinieron
18d Numeral recogido en algunos mss. | ol '2 Sin embargo, infra en 42, 2 se mencionan seis naves púnicas.
LIBRO XXXVI 17
desde el Peloponeso. Los eleos pedían ayuda contra los 2 aqueos, pues estaban convencidos de que éstos atacarían su ciudad la primera después de su desacuerdo con la de- claración de guerra a Antíoco. Se les enviaron mil sol- 3 dados de infantería capitaneados por el cretense Eufanes. La actitud de la embajada epirota no era en modo alguno abierta y franca en ningún sentido; querían ganarse las sim- patías del rey teniendo buen cuidado de evitar roces con los romanos. Pedían, en efecto, que no los comprometiera 4 innecesariamente con su causa, situados como estaban frente a Italia como avanzadilla de Grecia entera, expuestos a recibir los primeros ataques de los romanos; pero si él era s capaz de cubrir el Epiro con sus fuerzas terrestres y nava- les, todos los epirotas lo acogerían con agrado en sus ciu- dades y puertos; ahora bien, si no era capaz de hacerlo, le suplicaban que no los lanzase indefensos e inermes a una guerra contra Roma. Lo que se pretendía con esta 6 embajada era evidente: si Antíoco no entraba en el Epiro, que les parecía lo más probable, ellos seguirían en la mis- ma situación con respecto a los ejércitos romanos pero se habrían ganado el reconocimiento del rey por haberse mos- trado dispuestos a recibirlo si venía; y sí se presentaba, 7 aun en ese caso podrían esperar el perdón de los romanos porque habrían sucumbido ante las fuerzas de quien se en- contraba presente al no contar con una ayuda que estaba lejos. Como no tenía pronta una respuesta para esta 8 embajada tan ambigua, dijo que les enviaría delegados pa- ra hablar de las cuestiones que concernían a ambas partes. Él partió hacia Beocia, que tenía los motivos aparentes 6 de resentimiento contra los romanos a los que me he refe- rido anteriormente ?: el asesinato de Braquiles y la ofensi-
22 Cf. XXXII 27, $ ss,
18 HISTORIA DE ROMA
va desencadenada por Quincio contra Coronea a causa de
2 la matanza de soldados romanos **; pero la razón verda- dera era que llevaba ya muchos siglos deteriorándose pri- vada y públicamente la en otro tiempo famosa disciplina de aquel pueblo, y muchos se encontraban en una situa- ción que no podía mantenerse mucho tiempo sin cambios
3 bruscos. Llegó a Tebas, saliendo a su encuentro desde todas partes los dirigentes de Beocia. A pesar de que había iniciado la guerra con acciones importantes e inequívocas en Delio, con el ataque a la guarnición romana, y en Cál-
4 cide 2, sin embargo en la asamblea nacional comenzó un discurso en la misma línea del que había pronunciado en la primera conferencia * de Cálcide y por boca de sus representantes en la asamblea de los aqueos **: pidiendo no una declaración de guerra a los romanos sino el estable- cimiento de relaciones de amistad con él. A nadie se le
s ocultaba lo que se pretendía; sin embargo, se aprobó un decreto envuelto en palabras suaves a favor del rey y en contra de los romanos.
6 Incorporado también este pueblo a su causa, regresó a Cálcide, desde donde previamente había enviado cartas con- vocando a los dirigentes etolios a una reunión en Deme- triade para discutir con ellos la situación en su conjunto, y llegó con sus naves el día señalado para esta asamblea.
7 En ella estuvieron presentes tanto Aminandro, al que se hizo venir a consulta desde Atamania, como Aníbal el car- taginés, al que se había mantenido al margen desde hacía
s tiempo. Se debatió la cuestión del pueblo tesalio. A todos
2 Cf, XXXII 29.
22 Cf, XXXV 50 s.
23 Cf. XXXV 46, 5. 2 Cf. XXXV 48, 8-9,
LIBRO XXXVI 19
los presentes les parecía que había que sondear sus inten- ciones. Sólo en un punto había diversidad de criterios: unos opinaban que se debía actuar inmediatamente, y Otros que se debía esperar a que pasase el invierno, que estaba en- tonces a mediados aproximadamente, y dejarlo para el co- mienzo de la primavera; y unos opinaban que solamente se debían mandar emisarios, y otros que se debía marchar con todas las tropas y amedrentarlos si se mostraban vaci- lantes.
Cuando el debate estaba centrado casi por completo en torno a esta cuestión, Aníbal, al que se preguntó expre- samente su opinión, llevó al rey y a los que estaban pre- sentes a pensar en la guerra en su conjunto, con el siguien- te discurso: «Si desde que pasamos a Grecia se me hubiera invitado al consejo, cuando se debatiera acerca de Eubea y de los aqueos y Beocia, yo habría expuesto el mismo criterio que voy a expresar ahora que se trata de los tesalios. En primer lugar, pienso que €s preciso impul- sar hacia una alianza militar a Filipo y los macedonios por cualquier medio. Pues en lo concerniente a Eubea y a los beocios y tesalios, ¿quién pone en duda que al no tener fuerzas propias siempre adulan a los que están allí, y para obtener el perdón utilizan como recurso ese mismo temor que muestran para tomar una decisión, y que, en cuanto hayan visto en Grecia un ejército romano, se volve- rán hacia el poder imperial al que están acostumbrados, y no se les considerará culpables de no haber querido expe- rimentar la fuerza de tu presencia y de tu ejército estando los romanos lejos como estaban? Por consiguiente, ¿no es mucho más urgente y más importante que se una a nosotros Filipo y no ellos? Una vez que éste se una a nues- tra causa no tendrá más opción en el futuro y aportará unas fuerzas que por sí solas fueron capaces recientemente
uy
0
20 HISTORIA DE ROMA
de contener a los romanos, y que no serán sólo un refuer- 7zO en la guerra contra Roma. Si él se une a nosotros, y que no se tomen a mal mis palabras, ¿cómo puedo dudar del resultado cuando veo que los romanos van a ser ataca- dos ahora precisamente por los mismos que constituyeron ¿ su fuerza en contra de Filipo? Los etolios, que vencieron a Filipo, como todos admiten, combatirán al lado de Fili- 9 po frente a los romanos; Aminandro y el pueblo de los atamanes, cuya colaboración en aquella guerra fue la se- gunda en importancia después de los etolios, formarán a to nuestro lado. Entonces tú no intervenías y Filipo llevaba todo el peso de la guerra; ahora vais a hacer la guerra dos poderosísimos reyes con las fuerzas de Asia y Europa frente a un pueblo solo que, por no hablar de mi buena y mala fortuna, ciertamente en la época de nuestros padres no estuvo a la altura de uno solo de los reyes del Epiro, el cual, por otra parte, en nada era comparable a vosotros. 11 Y bien, ¿qué razones tengo para confiar en la posibilidad de que Filipo se una a nosotros? La primera, la comuni- dad de intereses, que es el vínculo más sólido de una alian- 12 za; y la segunda, vosotros la avaláis, etolios. En efecto, vuestro delegado 'Poante, aqui presente, entre los demás argumentos habitualmente aducidos para traer a Antíoco a Grecia siempre ha afirmado ante todo que Filipo protes- taba y no se resignaba a que se le hubieran impuesto unas condiciones de esclavitud bajo la apariencia de condiciones 13 de paz. En sus intervenciones incluso comparaba la rabia del rey a la de una fiera encadenada o enjaulada ansiosa de romper los barrotes. Si éstos son sus sentimientos, desa- temos nosotros sus ataduras y rompamos sus barrotes para que su cólera, largo tiempo represada, pueda desbordarse 14 contra los enemigos comunes. Y si nuestra embajada no produce ningún efecto en él, pongamos por nuestra parte
LIBRO XXXVI 21
los medios para evitar al menos que pueda unirse a nues- tros enemigos si no somos capaces de conseguir que se una a nosotros. Tu hijo Seleuco está en Lisimaquia. $1 €l, con el ejército que tiene a su mando, atraviesa Tracia y comienza a devastar los confines de Macedonia, consegul- rá fácilmente que Filipo deje de prestar apoyo a los roma- nos para defender sus posesiones por encima de todo. Tienes mi opinión en lo que respecta a Filipo; lo que yo pensaba acerca de la estrategia general de la guerra lo has sabido desde el principio. Si se me hubiera escuchado en- tonces, los romanos hubieran oído hablar no de la toma de Cálcide en Eubea y del asalto a una posición fortificada del Epiro %, sino de una conflagración bélica en Etruria y en las costas de Liguria y de la Galia Cisalpina, y de que Aníbal estaba en Italia, cosa que temen por encima de todo. Todavía ahora, mi criterio es que se haga venir a todas las fuerzas navales y terrestres, y que sigan a la flota las naves de carga con los suministros, pues así como somos pocos aquí para las tareas de la guerra, también somos demasiados en proporción a la escasez de aprovisio- namientos. Una vez que hayas reunido todas tus fuerzas, divide la flota, y que una parte permanezca fondeada en Corcira para evitar que los romanos tengan el paso franco y seguro; haz que la otra parte se traslade a las costas de Italia que dan a Cerdeña y África; tú, con todas las fuerzas de tierra, avanza hasta el territorio de Bulis *; desde allí dominarás Grecia haciendo creer a los romanos que pretendes cruzar, y estarás dispuesto para hacerlo si la situación lo requiere. Esto es lo que te aconsejo, y aun- que no soy un experto en cualquier clase de guerras, lo
23 Véase XXXV 51, 7 ss. 26 La población estaba situada en el norte del Epiro cerca de Apolonia.
>
pa.
$
7
18
19
20
2
-.
4)
Hh
uu
22 HISTORIA DE ROMA
cierto es que a costa de mis propios éxitos y fracasos aprendi a hacer la guerra contra los romanos. Para lo que yo he aconsejado prometo mi colaboración leal y sin reservas. Que los dioses den su aprobación a la propuesta que te pareciere la mejor.» Así fue, poco más o menos, el discurso . Actividad de de Aníbal. Los presentes lo aplaudieron Antíoco: en aquel momento pero no lo llevaron a denia pee A la práctica en la misma medida, pues no carnania , se ejecutó ninguna de sus propuestas si se exceptúa el hecho de enviar a Polixénidas para traer de Asia una flota y tropas. Se enviaron delegados a Larisa a la asamblea de los tesalios y se les señaló una fecha a los etolios y a Aminandro para que se concentrara el ejér- cito en Feras, adonde acudió también sin demora el rey con sus tropas. Mientras esperaba allí a Aminandro y a los etolios envió a Filipo de Megalópolis con dos mil hom- bres a recoger los restos de los macedonios caídos en Ci- noscéfalas, donde había llegado a su fin la guerra con Filipo; o se lo aconsejó el propio Filipo de Megalópolis, : que buscaría el reconocimiento del pueblo macedonio y la ojeriza contra el rey por haber dejado insepultos a sus sol- dados, o le impulsó a hacerlo la vanidad innata en los re- yes, dedicando su atención a un gesto aparentemente mag- nánimo y en realidad vacio. Amontonando los restos que estaban diseminados por todas partes se levantó un túmulo que no suscitó gratitud alguna por parte de los macedonios
6 y sí engendró un profundo resentimiento en Filipo. Por
eso, éste, que hasta entonces estaba dispuesto a que la for- tuna guiara sus decisiones, inmediatamente mandó aviso al propretor Marco Bebio de que Antíoco había lanzado una ofensiva contra Tesalia; que, si lo consideraba oportu-
LIBRO XXXVÍ 23
no, abandonase los cuarteles de invierno y él iría a su en- cuentro para discutir juntos lo que procedía hacer. Cuando Antíoco estaba ya acampado cerca de Feras, donde se le unieron los etolios y Aminandro, se presenta- ron unos delegados de Larisa preguntando qué habían he- cho o qué habían dicho los tesalios para que lanzara una ofensiva bélica contra ellos, y rogándole, al mismo tiem- po, que retirara su ejército y discutiera con ellos por medio de embajadores cualquier cuestión que le pareciera. Simul- táneamente, enviaron a Feras una guarnición de quinientos hombres mandados por Hipóloco ?”; éstos no pudieron pa- sar, pues las tropas del rey tenían ya bloqueados todos los caminos, y se retiraron a Escotusa. El rey respondió de buenas maneras a los enviados de los lariseos que él había penetrado en Tesalia no para hacer la guerra sino para defender y asegurar la libertad de los tesalios. Mandó un emisario a dar a los fereos una explicación parecida; éstos no dieron ninguna respuesta, y a su vez le enviaron al rey a Pausanias, su primer ciudadano, como Interlocutor. Éste utilizó unos términos parecidos, pues la situación era similar, a los empleados en favor de los calcidenses en la entrevista del estrecho del Euripo, y algunos incluso más duros; el rey los invitó a reflexionar una y otra vez antes de tomar una decisión de la que, por ser demasiado cautos y previsores para el futuro, fueran a arrepentirse inmedia- tamente, y los despidió. Cuando informaron del resultado de esta embajada a los fereos, lo cierto es que no dudaron ni un momento en afrontar, por lealtad hacia los romanos, cualquier cosa que acarrease la suerte de la guerra. Y así, mientras que ellos se disponían a defender la ciudad con el mayor empeño, el rey iniciaba el ataque a las murallas
2? Posiblemente, el sftrategós de los años 181/180.
ua
E
9
24 HISTORIA DE ROMA
por todos los lados a la vez; y como comprendía perfecta- 10 mente, pues ello no ofrecía dudas, que de la suerte de la primera ciudad que atacase dependía el que en adelante todo el pueblo tesalio le menospreciase o le temiese, infun- dió pánico a los sitiados por todas partes y de todas las 11 maneras. Al principio aguantaron con bastante firmeza la acometida de los asaltantes; después, como caían o eran heridos muchos de los que defendían en primera línea, su 12 moral comenzó a flaquear. Llamados luego a persistir en el empeño por las reconvenciones de sus jefes, abandona- ron el exterior del recinto amurallado, pues sus tropas eran ya insuficientes, y se replegaron a la zona central de la ciudad, que estaba rodeada por una línea defensiva más reducida; por último, superados por las dificultades y te- merosos de que el enemigo no tuviera ninguna clemencia 13 si los tomaba por la fuerza, se rindieron, Después, el rey, sin perder ni un instante mientras el pánico estaba aún vivo envió cuatro mil hombres a Escotusa. También aquí se produjo la rendición sin demora, a la vista del re- 14 ciente ejemplo de los fereos que, doblegados por la ad- versidad, habían acabado por hacer aquello a lo que en un principio se habían negado empecinadamente; con la propia ciudad se rindieron Hipóloco y la guarnición de la- is riscos, El rey les dejó marchar indemnes a todos ellos, . porque estaba convencido de que este gesto tendría mucha importancia con vistas a granjearse las simpatías de los lariseos., | | 1 Llevadas a cabo estas operaciones en los diez días siguientes a su llegada a Feras, marchó con todo su ejérci- 2to a Cranón *%, que tomó nada más llegar. A continua-
22 Perteneciente a la Pelagóstide, estaba al suroeste de Larisa, a unos veinte kilómetros.
LIBRO XXXVI 25
ción se le rindieron Cierio y Metrópolis y los enclaves for- tificados de sus alrededores. En esos momentos tenía en su poder toda la comarca a excepción de Atrace y Gir- tón *. Entonces decidió atacar Larisa, persuadido de que el terror producido por la toma de las demás ciudades, la gratitud por haber dejado marchar a su guarnición, O el ejemplo de tantas ciudades que se rendían, harían que no siguiera obstinándose en su actitud. Mandó llevar los elefantes delante de las enseñas para sembrar el pánico y avanzó hacia la ciudad en formación cerrada, de forma que una gran parte de los lariseos se debatía entre el temor a los enemigos presentes y la vergiienza ante los aliados ausentes. Por aquellos mismos días Aminandro con los jóvenes atamanes ocupó el Pelineo 30 y Menipo, con tres
mil etolios de a pie y doscientos de a caballo partió hacia
Perrebia, tomó por asalto Malea y Cirecias y saqueó el territorio de Trípolis 31. Tras llevar a cabo con gran ra- pidez estas acciones regresaron junto al rey, a Larisa, y llegaron cuando estaba deliberando acerca de lo que con- vendría hacer con esta ciudad. En este caso las opiniones estaban divididas; unos sostenían que se debía emplear la violencia y no dejar pasar el tiempo, atacando con máqui- nas y obras de asedio por todos los lados a la vez las mu- rallas de la ciudad situada en el llano, con accesos abiertos y sin pendiente por todas partes. Otros hacían hincapié por un lado en que las fuerzas de la ciudad no se podían comparar en absoluto con las de Feras, y por otro en que la estación invernal no era nada propicia para ninguna cla- se de operación militar y mucho menos para el asedio o
22 Situada al norte de Larisa cerca del Peneo. 30 Al oeste de Larisa, 32 Población y territorio de la Estiótide, al este de Metrópolis.
ue
26 HISTORIA DE ROMA
9 el asalto a una ciudad. Cuando el rey estaba indeciso . entre el miedo y la esperanza, su moral se fortaleció al coincidir que llegaron a entregar su ciudad unos enviados
10 de Fársalo, Entretanto Marco Bebio, tras un encuentro con Filipo en Dasarecia, puesto de acuerdo con él envió a de- fender Larisa a Apio Claudio; éste atravesó Macedonia a marchas forzadas y llegó hasta la cima de las montañas
11 que dominan Gonos. Esta ciudad está situada a veinte millas de Larisa, a la entrada misma *? del desfiladero lla- mado Tempe. Allí, tomando medidas para un campamen- to mayor de lo que correspondía al número de sus tropas y encendiendo más hogueras de las que se precisaban, hizo que el enemigo creyera, como él pretendía, que se encon- traba allí todo el ejército romano junto con el rey Filipo.
1 Por ello, el rey, poniendo ante los suyos como excusa la inminencia del invierno, se detuvo sólo un día y se alejó de Larisa regresando a Demetríade; los etolios y los ata-
13 manes se retiraron a su territorio. Apio, aun viendo que se había levantado el asedio, que era el objetivo con que había sido enviado, descendió sin embargo hasta Larisa con el objeto de fortalecer la moral de los aliados con vis-
14 tas al futuro. Éstos tenían un doble motivo de satisfacción, porque habían salido los enemigos de su territorio y por- que veían una guarnición romana dentro de sus murallas,
11 El rey marchó ** de Demetríade a Cálcide. Enamorado de una joven calcidense hija de Cleoptólemo, por media- ción de terceros en un principio y personalmente después
2 agobió con sus ruegos al padre, que se resistía a entrar en relación con un nivel social demasiado gravoso para su fortuna; al fin consiguió su propósito, celebró la boda
32 En realidad a unos cuatro Km. 32 Traducción de profectus, omitido en el texto.
LIBRO XXXVI 27
como si se estuviera en plena paz y, olvidándose de los dos grandes proyectos que había emprendido simultánea- mente, la guerra contra Roma y la liberación de Grecia, y dejando a un lado cualquier otra preocupación, pasó el resto del invierno en banquetes, en los placeres que si- guen a la bebida, y en el sueño que viene después más por hartazgo que por satifacción. Igualmente, la molicie se adueñó en todas partes de todos los prefectos del rey que habían quedado al mando de los campamentos de in- vierno, pero sobre todo en Beocia; a ella se entregaron también los soldados, y ninguno de ellos se ponía la arma- dura ni hacía las guardias y centinelas ni hacía nada que tuviese que ver con tareas u Obligaciones militares. Y así, cuando a principios de la primavera atravesó la Fócide y llegó a Queronea, donde había dado orden de que viniera a concentrarse todo el ejército desde todas partes, fácil- mente se dio cuenta de que los soldados habían pasado el invierno bajo una disciplina tan poco estricta como la de su jefe. Ordenó a Alejandro de Acarnania y a Menipo de Macedonia que condujeran las tropas desde allí a Estra- to **, en Etolia, y él, después de ofrecer en Delfos un sa- crificio a Apolo avanzó hasta Naupacto. Tras celebrar un consejo con los dirigentes etolios, siguiendo la carretera que lleva a Estrato pasando por Calidón * y Lisimaquia se fue al encuentro de los suyos que venían por el golfo Malíaco. En Estrato un jefe de los acarnanios llamado Mnasíloco, comprado con multitud de regalos, se dedicaba personalmente a ganar a la gente para la causa del rey,
32 En un principio Estrato había pertenecido a Acarnania, pero había sido transferida a los etolios en el reparto entre éstos y Alejandro, el hijo de Pirro (PoriBro, II 45 y IX 34).
35 En la Etolia meridional, al oeste de Naupacto.
hn
a]
28 HISTORIA DE ROMA
e incluso había atraído a su proyecto al pretor Clito *, 9 que ejercía entonces la máxima autoridad. Viendo éste que no le era fácil poder arrastrar a la defección a los habitantes de Léucade, la principal ciudad de Acarnania, debido a su temor a la flota romana que mandaba Atilio y que estaba en las cercanías de Cefalania, los abordó a 10 base de astucia. En efecto, cuando dijo en la asamblea que era preciso defender la Acarnania del interior y que todos los que podían portar armas debían partir hacia Me- dión y Tirreo * para evitar que las ocupasen Antíoco o 11 los etolios, hubo quienes señalaban que no tenía ningún sentido movilizar precipitadamente a todo el mundo, que bastaba con un destacamento de quinientos hombres. Con- seguido este contingente situó trescientos hombres en Me- dión y doscientos en Tirreo, y lo hizo con el propósito de que cayeran en poder del rey para utilizarlos como re- henes más adelante. 12 Por la misma época: llegaron a Medión unos emisarios del rey. Después de escucharlos se debatió en una asam- 2 blea qué respuesta dar al rey. Como unos sostenían que se debía despreciar la amistad del rey, se estimó que la propuesta de Clito era una solución intermedia y por eso 3 fue aceptada: enviar embajadores al rey y pedirle que permitiera a los medionios debatir tan importante cuestión 4 en la asamblea de los acarnanes. Mnasíloco y sus partida- rios, incluidos con toda intención en aquella embajada, en- viaron en secreto mensajeros al rey para indicarle que acer- cara sus tropas mientras ellos trataban de ganar tiempo. 5 Y así, apenas habían salido éstos cuando Antíoco se en-
36 No hay otras referencias sobre éste. 27 Ambas en la Acarnania septentrional, Tirreo a pocos Km. al nor- oeste de Medión.
LIBRO XXXVI 29
contraba ya en el territorio y muy pronto ante las puertas, y mientras los que no estaban al tanto de la traición eran presa del pánico y llamaban atropelladamente a las armas a la juventud, Clito y Mnasiloco lo introdujeron en la ciu- dad. Y en tanto unos afluían por su propia voluntad, 6 incluso los que no estaban de acuerdo se congregaron en torno al rey empujados por el miedo. Con palabras calmó sus temores, y algunos pueblos de Acarnania, esperanza- dos por lo que se comentaba acerca de su clemencia, se pasaron a él. Desde Medión marchó a Tirreo, adonde 7 mandó por delante a Mnasiloco y los embajadores. Por otra parte, el descubrimiento de la trampa utilizada en Me- dón hizo a los tirrenses más cautos, no más medrosos, pues sin la menor ambigiiedad respondieron que no acep- 8 tarían ninguna nueva alianza sin el consentimiento de los generales romanos y después cerraron las puertas y situa- ron hombres armados sobre las murallas. En un momento 9 muy oportuno para fortalecer la moral de los acarnanes, Gneo Octavio, que había sido enviado por Quincio y se había hecho cargo del destacamento y las pocas naves de Aulo Postumio *, a quien el legado Atilio había puesto . al mando de Cefalania, llegó a Léucade y llenó de esperan- za a los aliados con la noticia de que el cónsul Manio Aci- lio había cruzado ya el mar con sus legiones y que había un campamento en Tesalia. Como la época del año, propi- cia ya para la navegación, hacía verosímil esta noticia, el rey dejó un destacamento en Medión y en algunas otras plazas de Acarnania, se retiró de Tirreo y retornó a Cálci- de pasando por las ciudades de Etolia y de la Fócide.
-
a
38 Probablemente Postumio Albino, el que sería pretor en el año 185, cónsul en el 180 y censor en el 174.
30 HISTORIA DE ROMA
13 Hacia la misma época, Marco Bebio y el rey Filipo, que ya se habían reunido Contraojensiva antes durante el invierno en el territorio
en Tesalia . ; de los dasarecios, tras haber enviado a Tesalia a Apio Claudio para liberar La- 2 risa del asedio, regresaron a los cuarteles de invierno porque la estación no era propicia para el desarrollo de Operaciones militares, y al inicio de la primavera reunieron 3 sus tropas y bajaron a Tesalia. Antíoco se encontraba entonces en Acarnania. Al llegar, Filipo atacó Malea, en Perrebia, y Bebio, Facio, que tomó casi al primer asalto, 4 conquistando después Festo *? con la misma rapidez. Luego se retiró a Atrace y desde allí ocupó Cirecias y Ericio *, dejó guarniciones en las plazas ocupadas y se reunió de 5 nuevo con Filipo, que estaba asediando Malea. A la ¡le- gada del ejército romano se rindieron los sitiados, bien por temor a estas fuerzas o bien porque esperaban clemencia; ellos, con sus tropas reunidas, marcharon a reconquistar 6 las plazas que habian ocupado los atamanes, que eran éstas: Eginio, Ericinio, Gonfos, Silana **, Trica, Melibea 7 y Faloria. A continuación pusieron cerco a Pelineo, donde se encontraba Filipo de Megalópolis con una guarnición de quinientos hombres de infantería y cuarenta de caballe- ría, y antes de lanzar el asalto enviaron mensajeros a Fili- po para aconsejarle que no intentase probar su fuerza has- s ta el final. Él les respondió con bastante altivez que se habría fiado de los romanos o de los tesalios, pero que 9 no se pondría en manos de Filipo. Una vez que quedó patente que habría que recurrir a la fuerza, como parecía
32 Cerca del Peneo, al norte. * En Perrebia junto al Titaresio, afluente del Peneo. 11 No hay otras referencias que aclaren su localización.
LIBRO XXXVI 31
que se podía atacar también Limneo ** simultáneamente, se acordó que el rey fuese a Limneo y Bebio se quedó para sitiar Pelineo.
Casualmente, por aquellas fechas el cónsul Manio Acilio había cruzado ya el mar con veinte mil soldados de infantería, dos mil jinetes y quince elefantes; dio orden a los tribunos militares de marchar con la infantería a La- risa, y él, con la caballería, fue a reunirse con Filipo en Limneo. A la liegada del cónsul se produjo la rendición sin dudarlo, siendo entregada la guarnición real y los ata- manes junto con ella. De Limneo, el cónsul marchó a Pelineo. Allí se rindieron primero los atamanes y después también Filipo de Megalópolis. Dio la coincidencia de que al dejar éste la guarnición se encontró con él el rey Filipo y en son de burla dio orden de saludarlo como rey; luego, personalmente se dirigió a él llamándolo hermano, una broma nada acorde con su majestad *. Conducido más tarde a presencia del cónsul, éste dio orden de ponerlo bajo custodia y poco después lo envió a Roma encadenado. El resto de los atamanes y los soldados del rey Antíoco que habían formado parte de las guarniciones de las plazas rendidas durante aquellos días fueron entregados al rey Fi- lipo; eran cuatra mil hombres aproximadamente. El cónsul marchó a Larisa, con la intención de discutir allí las líneas generales de la guerra. Durante la marcha, salieron a su encuentro enviados de Cierio y Metrópolis para entregarle sus ciudades. Filipo trató con especial indulgencia a los prisioneros atamanes para ganarse a su pueblo a través de ellos, y como abrigaba esperanzas de apoderarse de Áta- mania ilevó su ejército en aquella dirección enviando por
22 Al este de Trica, en la margen derecha del Peneo. 42bis Sobre el carácter de Filipo, ver XXXII 34, 3.
—]
32 HISTORIA DE ROMA
s delante a los prisioneros a sus respectivas ciudades. Por un lado, éstos influyeron mucho entre sus paisanos al re- saltar la clemencia y la generosidad del rey para con ellos,
9 y por otro, Aminandro, que con su majestad hubiera man- tenido leales a algunos de haber estado presente, temiendo ser entregado a Filipo, su antiguo enemigo, y a los roma- nos, justamente irritados entonces con él a causa de su traición, abandonó el reino con su mujer y sus hijos y se trasladó a Ambracia. De esta forma toda Atamania cayó
to bajo la autoridad y el dominio de Filipo. Ei cónsul se detuvo en Larisa algunos días principalmente para dar des- canso a los animales de carga, agotados por la travesía marítima y las marchas posteriores, y con un ejército co- mo nuevo gracias al breve descanso siguió la marcha hasta
11 Cranón, A su paso se rindieron Fársalo, Escotusa y Feras, así como los soldados de Antíoco que se encontraban allí de guarnición. Preguntó quiénes de ellos querían quedarse con él, entregó a Filipo los mil que quisieron y envió a
12 los demás a Demetríade desarmados. A continuación recu- peró Proerna * y las posiciones fortificadas de sus alrede- dores, y después inició la marcha directamente hacia el golfo Malíaco. Cuando se acercaba a las gargantas sobre las que está situada Táumacos, toda la juventud tomó las armas, abandonó la ciudad, se apostó en los bosques y caminos, y desde las alturas lanzó sus ataques contra la columna
13 romana. El cónsul mandó primero hombres para hablar con ellos de cerca y disuadirlos de semejante locura; des- pués, en vista de que persistían en su actitud, destacó a un tribuno con los soldados de dos manípulos, cortó a los hombres armados el acceso a la ciudad y la tomó vacía.
14 Entonces, al oír a su espalda los gritos que provenían de
* Entre Fársalo y Táumacos, aunque hay dudas sobre su identificación.
LIBRO XXXVI 33
la ciudad ocupada, los que estaban emboscados salieron de todas partes y se produjo una matanza. Al día si- guiente marchó de Táumacos el cónsul hasta el río Esper- queo y desde allí saqueó los campos de los hipateos **. Mientras se desarrollaban estos acon- tecimientos, Antíoco se encontraba en La batalla Cálcide, percatándose al fin de que no
de las Termoópilas ] : , habia conseguido nada en Grecia aparte de unos agradables cuarteles de invierno en Cálcide y un humillante casamiento. Comenzó entonces a lamentarse de las vanas promesas de los etolios y a acu- sar a Toante, mientras que a Aníbal lo admiraba no sólo como hombre previsor sino casi como vaticinador de todo lo que estaba ocurriendo. No obstante, para no acabar de arruinar con la falta de acción una empresa en la que se había metido precipitadamente, envió mensajeros a los eto- lios para que movilizaran a toda la juventud y se concen- traran en Lamia. También él mismo marchó allí al frente de diez mil soldados de infantería, cifra que completó con
bo
La)
los que habían llegado de Asia después, y quinientos jine-
tes. Pero el número de los reunidos allí era bastante infe- rior al de todas las ocasiones anteriores; estaban sólo los dirigentes con unos pocos clientes, y decían que habían puesto todo el cuidado en hacer que acudiese el mayor número posible de sus ciudades, pero que ni su autoridad ni su influencia ni su poder habían pesado frente a los que rechazaban el servicio militar. Falto de apoyos por to- dos lados tanto por parte de los suyos, reacios a salir de Asia, como de sus aliados, que no proporcionaban aquello que habían prometido cuando lo habían llamado, se retiró
4 Hípata, que formó parte de la Liga Etolia, estaba situada sobre el valle del Esperqueo.
34 HISTORIA DE ROMA
6 al desfiladero de las Termópilas *, Esta cadena montaño- sa divide Grecia en dos, como hace con Italia la cordillera 7 de los Apeninos. Frente al desfiladero de las Termópilas, mirando al norte, se encuentran el Epiro, Perrebia, Mag- nesia, Tesalia, la Ftiótide de Acaya y el golfo Malíaco; s al otro lado del desfiladero, mirando hacia el sur, están la mayor parte de Etolia. Acarnania, la Fócide junto con la Lócride, Beocia y unida a ella la isla de Eubea, y la tierra del Ática adentrándose en el mar como un promon- 9 torio; y situado a la espalda, el Peloponeso. Esta cor- dillera, que se extiende desde Léucade ** y el mar que que- da a occidente, atravesando Etolía, hasta el otro: mar si- tuado a oriente, tiene tramos tan abruptos y obstáculos rocosos tales que no resulta fácil encontrar ningún sendero por donde pasar no ya los ejércitos sino incluso los solda- ¡o dos de equipo ligero. En el extremo oriental están los montes llamados Eta *”; el más alto de ellos se llama Calí- dromo *, y en la depresión que hay al pie del mismo, en dirección al golfo Malíaco, hay un camino de no más de 11 sesenta pasos de ancho *”. Ésta es la única senda militar por donde puede pasar un ejército si no hay nadie para 12 impedírselo. Por eso unos llaman Pilas % a este lugar, y otros, debido a que hay aguas termales en el propio desfi-
2 Sobre la topografía de las Termópilas puede verse W. K. PRICHETT, Studies ín Ancient Greek Topography, Berkeley, 1965, I, págs. 715 ss.
16 Optamos por la variante Leucade en lugar de Leucate,
4? Aquií Eta se refiere a la cadena montañosa del oeste de las Termó- pilas. En otros casos aparece referida a la montaña situada al oeste del Asopo.
3 Parte de la cadena, entre el Asopo y las Termópilas.
12 Como es sabido, la anchura del paso entre la montaña y el mar fue aumentando debido a los arrastres del Esperqueo, Heródoto (Vil 176) alude a una anchura bastante más reducida.
5% Puertas, en griego.
LIBRO XXXVI 35
ladero, Termópilas, y es famoso por la muerte de los lace- demonios frente a los persas, más memorable que la batalla.
Bien distinto era el estado de ánimo de Antíoco en esta ocasión cuando, después de establecer el campamento entrada adentro de dicho lugar, añadía defensas para obs- taculizar el paso: lo fortificó tado con dable empalizada y foso e incluso con un muro donde la situación lo reque- ría, empleando las piedras que había tiradas en gran abun- dancia por todas partes; después, plenamente confiado en que el ejército romano jamás atacaría por allí, envió una parte de los cuatro mil etolios -——pues esa era la cifra que se había reunido— a ocupar, como guarnición, Heraclea ?*, que está situada justo antes del desfiladero, y otra parte la envió a Hípata, pues estaba convencido de que el cónsul atacaría Heraclea, y por otro lado estaban llegando ya mu- chas noticias de que estaban siendo devastados totalmente los alrededores de Hípata. El cónsul devastó primero el territorio de Hipata y luego el de Heraciea, resultando ine- ficaz en ambos casos la ayuda de los etolios, y después acampó en el desfiladero mismo, junto a las fuentes ter- males, enfrente del rey. Los dos destacamentos de etolios se encerraron en Heraclea. Antíoco, que antes de ver al enemigo consideraba suficientemente fortificados y cubier- tos por tropas todos los puntos de su posición, cogió mie- do a que el romano descubriera entre las crestas que se alzaban en torno aigún sendero por donde pasar; se decía, en efecto, que en otra ocasión los lacedemonios habían sido rebasados así por los persas, y más recientemente, Fi- lipo por los propios romanos *?. Por eso envió a Heraclea
51 Situada a unos ocho Km. de las Termópilas, al oeste. Fundada en el año 426. En 22, $ se dan detalles sobre su emplazamiento. 32 En el Áoo, en el año 198 (XXXII 11-12).
La
LA
8
36 HISTORIA DE ROMA
un mensaje a los etolios para que le proporcionasen en aquella guerra cuando menos la ayuda de ocupar y blo- quear las cimas de los montes de alrededor, de suerte que
9 los romanos no pudiesen pasar por ningún sitio. Cuando
los etolios oyeron este mensaje, surgieron disensiones entre ellos. Unos estimaban que se debía obedecer la orden del
10 rey y acudir, y otros, que había que permanecer en Hera-
1
usa.
17
clea a la espera de cualquiera de los dos resultados, para tener dispuestas tropas frescas con que prestar ayuda a sus ciudades vecinas si el rey era vencido por el cónsul, y si él resultaba vencedor, para perseguir a los romanos cuan- do huyesen en desbandada. Unos y otros mantuvieron su criterio e incluso pusieron en práctica su propuesta: dos mil se quedaron en Heraclea, y los otros dos mil, reparti- dos en tres grupos, ocuparon el Calíidromo, el Roduncia y el Tiquiunte, que así se llaman las crestas.
Cuando el cónsul vio que estaban ocupadas por los . etolios las alturas, envió a los legados consulares *? Marco Porcio Catón y Lucio Valerio Flaco con dos mil hombres escogidos de infantería cada uno a los puntos fuertes de los etotios: Flaco al Roduncia y al Tiquiunte, y Catón al
2 Calídromo. Él, antes de hacer avanzar las tropas contra
3
el enemigo, convocó a los soldados a una asamblea y les dirigió una breve arenga: «Veo, soldados, que hay entre vosotros muchos, de todas las graduaciones, que han mili- tado en esta misma provincia bajo el mando y los auspi- cios de Tito Quincio. Durante la guerra macedónica, el . desfiladero del río Áoo era más difícil de salvar que éste;
4 efectivamente esto es una puerta, y es la única vía de
acceso digamos natural entre los dos mares, todas las de- más están cerradas. Entonces había defensas en puntos más
32 Habían sido cónsules en el año 195, y serían censores en el 184.
LIBRO XXXVI 37
estratégicos y además más sólidas; aquel ejército enemigo era más numeroso y bastante superior por la calidad de sus hombres; en aquel caso había, en efecto, macedones, tracios e ilirios, pueblos muy belicosos todos ellos; aquí hay sirios y griegos asiáticos, gentes de ínfima categoría nacidas para la esclavitud. Aquél era un rey muy aguerrl- do, experimentado ya desde su juventud en guerras con sus vecinos de Tracia y de Iliria y de todo el entorno; éste, por no hablar del resto de su vida, es el hombre que pasó de Asia a Europa para hacer la guerra al pueblo ro- mano, y lo más memorable que hizo durante todo un in- vierno fue enamorarse y casarse con una mujer de una ca- sa privada, de familia desconocida incluso entre sus com- patriotas, y que estando recién casado y digiriendo aún, por decirlo así, el banquete de bodas, salió a combatir; su mayor fuerza y sus mayores esperanzas eran los etolios, el pueblo más irresponsable y más desagradecido, como comprobasteis primero vosotros y ahora Antíoco. En efecto, ni fueron muchos los que acudieron, ni fueron capaces de mantenerse dentro del campamento, están enfrentados en- tre sí, y después de reclamar con insistencia la defensa de Hípata y Heraclea no defendieron ninguna de las dos, se han refugiado en la cima de las montañas y una parte de ellos se ha encerrado en Heraclea. El propio rey ha re- conocido que no se atrevía no ya a medirse en una batalla en campo abierto en ninguna parte sino ni siquiera a esta- blecer su campamento en lugar descubierto, y dejando an- te sí toda la zona que se jactaba de habernos arrebatado a nosotros y a Filipo, se escondió entre las rocas; ni siquie- - ra situó el campamento a la entrada del desfiladero, como hicieron en otro tiempo los lacedemonios, según cuentan, sino que lo retiró bien adentro. ¿Qué diferencia hay, como .manifestación de miedo, entre esto y encerrarse tras los
Ln
pro. pra
38 HISTORIA DE ROMA
12 muros de una ciudad para sufrir un asedio? Pero no les
vb uu)
14
16
18
2
van a servir de protección ni a Antíoco las quebradas ni a los etolios las cumbres que han ocupado. Se han tomado medidas y precauciones suficientes en todos los sentidos para que durante la batalla sólo tengáis en contra al ene- migo. Debéis tener presente la idea de que no combatís únicamente por la libertad de Grecia —aunque también sería un brillante título liberarla ahora de los etolios y de Antíoco después de haberla liberado anteriormente de Filipo—, y que no sólo pasará a ser recompensa vuestra lo que hay ahora en el campamento del rey, sino que será también botín todo ese material que se espera de Éfeso de un día. para otro; y después abriréis al dominio de Roma, Asia y Siria y todos los riquísimos reinos que hay hasta donde nace el sol. ¿Qué faltará a partir de entonces para que desde Cádiz hasta el Mar Rojo * tenga- mos como límite el Océano que abraza y delimita el orbe entero, y para que todo-el género humano reverencie, des- pués de los dioses, el nombre de Roma? Preparaos mental- mente para ser dignos de estas recompensas tan importan- tes, a fin de que mañana, con la ayuda benevolente de los dioses, libremos la batalla decisiva.»
Los soldados, al marchar de esta asamblea, prepararon sus armas defensivas y ofensivas antes de reponer fuerzas. Al despuntar el día se izó la señal de combate y el cónsul formó al ejército en orden de batalla con un frente poco abierto, a tenor de la configuración y la estrechez del terre- no. El rey, nada más avistar las enseñas del enemigo, sacó también él sus tropas. Colocó parte de la infantería ligera en primera posición, delante de la empalizada; a con-
3% Referido aquí a lo que es hoy el Golfo Pérsico, entendido entonces como límite del mundo habitado.
LIBRO XXXVI 39
tinuación, como bastión alrededor mismo de las defensas, situó lo mejor de los macedonios, los llamados sarisófo- ros +. Junto a éstos, en el flanco izquierdo, al pie mismo de la montaña colocó una unidad de lanzadores de vena- blos, arqueros y honderos, con la misión de hostigar el flanco descubierto del enemigo desde su posición más ele- vada. Desde la derecha de los macedonios hasta el final mismo de las fortificaciones, donde el fango pantanoso y las arenas movedizas cierran una zona intransitable hasta el mar, colocó los elefantes con la habitual protección ar- mada; detrás de ellos, la caballería, y a continuación, de- jando un breve espacio, el resto de las tropas en la segun- da línea. Los macedonios situados delante de la empalizada, al principio contenían sin dificultad a los romanos que in- tentaban la penetración por todas partes, y contaban con la valiosa ayuda de los que, desde su posición más elevada, disparaban con sus hondas una lluvia de proyectiles así como flechas y venablos; luego, cuando la presión de los enemigos fue a más y se hizo incontenible, fueron des- alojados de su posición y retrocedieron, conservando la formación, hasta dentro de las fortificaciones, y desde el vallado formaron una especie de segunda empalizada ten- diendo por delante sus picas. Además, la altura de la empalizada era tan reducida que de una parte proporcio- naba a los suyos una posición de combate más elevada, y de otra, debido a la longitud de las lanzas, mantenía al enemigo debajo a su merced. Muchos fueron atravesa- dos al escalar temerariamente la empalizada; y se habrían retirado tras fracasar en su intento o habrían sido más los caídos si no hubiera aparecido sobre la colina que domi- naba el campamento Marco Porcio, que venía de la cima
53 Cf. la descripción de XXXII 17, 13 (y PoLmro, XVII 19, 2).
un
6
8
19
2
uy
E
9]
SS
—]
90
50
40 HISTORIA DE ROMA
del Calídromo tras desalojar de ella a los etolios y dar muer- te a la mayor parte, pues los había cogido desprevenidos cuando muchos de ellos estaban dormidos.
Flaco no había tenido la misma suerte en el Tiquiunte y el Roduncia, posiciones a las que había intentado en va- no Hlegar. Los macedonios y los demás que se encontraban en el campamento del rey, al principio, mientras sólo se distinguía a lo lejos una masa en movimiento, creyeron que los etolios habían visto a distancia la batalla y venían en su ayuda; pero cuando se percataron de su equivocación al identificar desde cerca las enseñas y las armas, les entró de repente tal pánico que arrojaron las armas y huyeron. Los perseguidores se vieron obstaculizados por las fortifi- caciones, por la angostura del valle que era preciso atrave- sar en la persecución, y sobre todo porque al final de la columna iban los elefantes, y resultaba difícil para los de a pie e imposible para los de a caballo rebasarlos, pues los caballos se espantaban y provocaban entre ellos una confusión mayor que en un combate. Además, el saqueo del campamento llevó su tiempo. A pesar de todo, aquel día persiguieron al enemigo hasta Escarfea. Aparte de dar muerte o capturar a muchos hombres y caballos du- rante la propia persecución, también mataron a los elefan- tes que no habían podido capturar, y después regresaron al campamento. Éste había sido atacado aquel día, justa- mente durante la batalla, por los etolios de la guarnición que ocupaba Heraclea, sin que el intento, de una osadía considerable, diera el menor resultado. Durante el tercer relevo de la guardia de la noche siguiente el cónsul envió por delante a la caballería en persecución del enemigo, y al amanecer puso en movimiento las enseñas de las legio- nes. El rey llevaba bastante ventaja, pues hasta llegar a Elacia no detuvo su desenfrenada carrera; allí reagrupó a
LIBRO XXXVI 41
los supervivientes de la batalla y de la huida, y con un reducidisimo grupo de hombres casi desarmados se refugió en Cálcide. La caballería romana, por cierto, no dio alcance al rey mismo en Elacia, pero cayó sobre gran parte de sus hombres cuando se detenían extenuados o se disper- saban y extraviaban, cosa lógica ya que huían sin guías por rutas que no conocían. Y de todo el ejército sólo se salvaron los quinientos que acompañaron al rey, cifra bien exigua incluso en el caso de que fueran diez mil los hom- bres con que el rey pasó a Grecia como hemos escrito si- guiendo a Polibio. ¿Qué decir si creemos a Valerio Anciate cuando escribe que había sesenta mil soldados en el ejérci- to del rey, que cayeron cuarenta mil de ellos y que fueron capturados más de quince mil junto con doscientas treinta enseñas militares? Los romanos tuvieron ciento cincuenta bajas en la batalla propiamente dicha y no más de cincuen- ta en la defensa contra el asalto de los etolios. Cuando el cónsul marchaba al frente Episodios de su ejército a través de la Fócide y de posteriores Beocia, los habitantes de las ciudades que a la batalla se sentían culpables de rebelión estaban de pie ante las puertas con ramos de su- plicantes por miedo a ser saqueados como si fueran enemi- gos. Pero durante todos aquellos días siguió su marcha la columna sin causar ningún daño, como si se tratara de un territorio pacificado, hasta llegar al territorio de Coro- nea. Allí provocó sus iras una estatua del rey Antíoco erigida en el templo de Minerva Itonia %, y se dio permiso a los soldados para devastar las tierras de alrededor del templo. Después se pensó que al haber sido erigida la esta- tua por una decisión tomada por todos los beocios no esta-
56 Porque tenía un templo en ltón,
10
e
2
2
a
(e
-]
oo
21
2
42 HISTORIA DE ROMA
ba bien ensañarse únicamente con el territorio de Coronea. Inmediatamente se hizo volver a los soldados y se puso fin al saqueo. Los beocios sólo fueron reprendidos de palabra por su ingratitud hacia los romanos cuando les habían pres- tado tantos y tan recientes servicios.
Justamente durante el transcurso de la batalla habia diez naves reales, mandadas por el prefecto Isidoro, fon- deadas cerca de Tronio, en el golfo Malíaco. En ellas se había refugiado gravemente herido Alejandro de Acarna- nia, portador de la noticia de la derrota; en la primera reacción de pánico, los navíos se dirigieron de allí a Ce- neo >”, en Eubea. Allí murió y recibió sepultura Alejan- dro. Tres naves que habían salido de Asia con rumbo a aquel mismo puerto retornaron a Éfeso al enterarse de la derrota de su ejército, Isidoro hizo la travesía de Ceneo a Demetríade, por si acaso la huida llevaba al rey en aque- lla dirección. Por las mismas fechas, el prefecto de la flota romana Aulo Atilio interceptó un importante convoy real cuando había rebasado ya el estrecho que está junto a la isla de Andros; hundió parte de las naves, y otras las capturó; las que iban al final viraron poniendo rumbo a Asia. Atilio regresó a su punto de partida, el Pireo, con el convoy de las naves capturadas y repartió trigo en gran cantidad entre los atenienses y otros aliados de la misma comarca. |
Antíoco partió de Cálcide cuando el cónsul estaba ai llegar, poniendo rumbo a Teno * primeramente y cruzan- do después a Éfeso. A la llegada del cónsul a Cálcide se le abrieron las puertas, pues Aristóteles, el prefecto del rey,
57 El cabo situado en el extremo noroccidental de Eubea (Cabo Lithada). 33 A] sureste de Andros.
LIBRO XXXVI 43
había abandonado la ciudad cuando él se acercaba. Las demás ciudades de Eubea se rindieron también sin oponer resistencia, y pocos días después, con toda la zona pacifi- cada por completo sin daño para ninguna ciudad, el ejérci- to fue conducido de nuevo a las Termópilas, siendo más digno de elogio por su moderación después de la victoria
que por la victoria misma. Luego, el cónsul envió a Roma 4
a Marco Catón con el objeto de que el senado y el pueblo romano pudiesen conocer a través de un testigo autorizado las acciones llevadas a cabo. Éste, desde Creúsa *, centro mercantil de los tespienses retirado al fondo del golfo de Corinto, se dirigió a Patras %, en Acaya; desde Patras bor- deó las costas de Etolia y Acarnania hasta Corcira, y asi cruzó a Hidrunto *!, en Italia. Desde allí, en una rapidí- sima marcha por tierra, llegó a Roma al
Roma: Quinto día. Entró en la ciudad antes del Escipión y Catón alba, y desde la puerta se fue directamente informan 62
a sénado al encuentro del pretor Marco Junio *”. Este convocó al senado al amanecer.
Lucio Cornelio Escipión, enviado por el cónsul algunos días antes, se enteró al llegar de que Catón se le había adelantado y estaba en el senado, y allá se presentó cuan- do aquél estaba haciendo una exposición de los hechos lle- vados a cabo. Posteriormente, los dos delegados se presen- taron ante la asamblea del pueblo por indicación del sena- do y le expusieron lo mismo que al senado acerca de las operaciones desarrolladas en Etolia. Se decretó un triduo
39 El puerto de Tespias, en Beocia.
% lino de los miembros originarios de la Liga Aquea.
6í Puerto salentino (Otranto).
2 Bruto, el pretor urbano, que cumple determinadas funciones cuan- do están ausentes los cónsules.
6
44 HISTORIA DE ROMA
de acción de gracias y un sacrificio de cuarenta víctimas adultas que el pretor ofrecería a los dioses que estimase
19 Oportuno. Por las mismas fechas también hizo su entrada en Roma recibiendo los honores de la ovación Marco Ful- vio Nobilior, que había marchado a Hispania hacía dos
11 años como pretor. Desfiló llevando ante sí ciento treinta mil monedas de plata acuñada con la biga y, además de las monedas, doce mil libras de plata y ciento veintisiete de oro.
22 El cónsul Acilio, desde las Termópilas, da mandó un mensaje a los etolios, a Hera-
asedio de clea, diciéndoles que al menos ahora que Heraclea habían comprobado la poca seriedad del
rey, recapacitasen, entregasen Heraclea
y pensasen en pedir perdón al senado por su desatino o 2 por su error; que también las demás ciudades de Grecia durante aquella guerra habían abandonado la causa de los romanos, que tanto habian hecho por ellos, pero en vista de que después de la huida del rey, en el que habían depo- sitado su confianza faltando a su deber, no habían añadi- do el empecinamiento a su falta, habían sido acogidas de 3 nuevo bajo la protección de Roma; incluso los etolios, aun- que no habían secundado al rey, mas lo habían llamado y habían sido no aliados pero sí promotores de la guerra, si eran capaces de arrepentirse, podían salir indemnes. 4 Estas consideraciones no recibieron una respuesta de paz, y estaba claro que habría que decidir la cuestión con las armas y que una vez vencido el rey quedaba por hacer del todo la guerra con los etolios; entonces el cónsul trasla- dó de las Termópilas a Heraclea su campamento y aquel mismo día dio una vuelta completa en torno a las murallas sde la ciudad para estudiar su emplazamiento. Heraclea está situada en la base del monte Eta, en la llanura, y tiene
LIBRO XXXVI As
una ciudadela que se alza sobre una altura cortada a pico por todos lados. Después de observar atentamente todo lo que era preciso conocer, decidió atacar la ciudad por cuatro puntos simultáneamente. Por el lado del río Aso- po Y, donde se encuentra el gimnasio, puso a Lucio Vale- rio al frente de los trabajos del asedio. Encomendó a Tibe- rio Sempronio Longo el ataque a la parte situada fuera de las murallas, casi más poblada que la propia ciudad. En la dirección del golfo Maliaco, por donde no era fácil el acceso, situó a Marco Bebio; y en dirección a otro riachuelo que llaman Mélana, enfrente del templo de Dia- na, situó a Apio Claudio. Gracias al empeño que éstos pusieron, las torres, los arietes y todos los demás ingenios de asedio de las ciudades estuvieron listos en pocos días. Por una parte, el suelo de Heraclea, pantanoso todo él y cubierto de grandes árboles, proporcionaba abundancia de madera para toda clase de trabajos, y por otra, las .casas que había en los arrabales de la ciudad, abandona- das al haberse refugiado los etolios en el interior del recin- to amurallado, proporcionaban para diversos usos tantos maderos y tablas como ladrillo y piedras de diferentes ta- maños talladas y sin tallar.
De hecho los romanos recurrían a los trabajos de asedio más que a las armas para atacar la ciudad, y los etolios, por el contrario, se defendían con las armas. En efecto, cuando el ariete batía los muros, no lo en- ganchaban con lazos para desviar los golpes, como es ha- bitual, sino que salían armados muchos a la vez, y algunos incluso portaban teas para arrojarlas sobre las rampas. Además había poternas en la muralla apropiadas para ha- cer las salidas, y cuando levantaban de nuevo los muros
63 Al sureste de la ciudad.
==)
8
10
11
23
2
3
46 HISTORIA DE ROMA
tras los derrumbes, dejaban mayor número de huecos para 4 saltar contra el enemigo por más sitios. Esto lo hicieron frecuente e incansablemente durante los primeros días, mien- tras sus fuerzas estaban intactas. Luego, con el paso de 5 los días, la frecuencia y la actividad eran menores, Y es que, entre las muchas circunstancias que los agobiaban, nada los agotaba tanto como las vigilias; los romanos, al contar con un gran número de soldados, se relevaban unos a Otros en las guardias, mientras que los etolios, debido a su reducido número, eran consumidos por los trabajos $ continuos, día y noche, y siempre los mismos. Durante veinticuatro días el esfuerzo nocturno sucedió al diurno de forma que no había ni un instante de reposo en la lucha frente a un enemigo que atacaba por cuatro puntos a la 7 vez. El cónsul, por el tiempo transcurrido y porque así lo aseguraban los desertores, sabía que los etolios estaban 8 ya extenuados, y adoptó la táctica siguiente. A media noche dio la señal de retirada, se llevó del asedio a todos los hombres al mismo tiempo y los tuvo quietos en el cam- 9 pamento hasta la hora tercera del día; en ese momento recomenzó un ataque que se prolongó hasta la media no- che una vez más, interrumpiéndose a continuación hasta 10 la tercera hora del día. Pensando que la causa de que no continuara el ataque era el mismo cansancio que los afec- taba a ellos, los etolios, cuando se les daba a los romanos la señal de retirada, abandonaban cada uno su puesto por propia iniciativa como si la señal fuera también para ellos, y antes de la tercera hora del día no se veían sobre las murallas hombres armados. 24 El cónsul, después de interrumpir el ataque a media noche, durante el cuarto relevo de la guardia atacó de nue- 2 vo con la mayor violencia desde tres puntos y ordenó a Tiberio Sempronio que mantuviera a sus hombres alerta
LIBRO XXXVI 47
en el otro a la espera de la señal, pues estaba plenamente convencido de que, con la confusión nocturna, los enemi- gos acudirían corriendo a los puntos donde se originara el griterío. En cuanto a los etolios, unos estaban dormidos y trataban de arrancar del sueño sus cuerpos quebrantados por el trabajo y las vigilias, y otros, aún despiertos, corrle- ron en la oscuridad en dirección al fragor de los comba- tientes. Los enemigos se esfuerzan, unos, por pasar a tra- vés de los derrumbes de la muralla, e intentan, otros, enca- ramarse por medio de escalas, y para hacerles frente co- rren a colaborar los etolios desde todas partes. Sólo la zona donde estaban los edificios de fuera de la ciudad no es defendida ni atacada; pero quienes iban a atacarla esta- ban esperando atentamente la señal; defensores no había
ninguno. Despuntaba ya el día cuando el cónsul dio la 6 :
señal, y sin encontrar la menor resistencia pasaron adentro unos por los muros semiderruidos y otros salvando por medio de escalas los muros enteros. Simultáneamente, se escuchó el grito indicador de la toma de una ciudad; los etolios, abandonando sus puestos, huyen a la ciudadela des- de todas partes. Los vencedores saquean la ciudad autori- zados por el cónsul no tanto por rabia o por odio como para que los soldados, contenidos en el caso de tantas ciu- dades recuperadas del poder del enemigo, saboreasen al fin en algún sitio el fruto de la victoria. A eso del medio- día llamó a los soidados y los dividió en dos grupos, y ordenó a uno de ellos que rodeara la falda de las monta- ñas hasta llegar a una roca situada a la misma altura que la ciudadela y separada de ésta por el valle que había en medio. Pero las cimas gemelas de los dos montes están tan próximas que desde la otra se puede alcanzar la ciuda- dela con armas arrojadizas. Con la otra mitad de los hom- bres, el cónsul se disponía a escalar la ciudadela desde la
A
+ Ia
25
2
3
4
48 HISTORIA DE ROMA
ciudad, y estaba a la espera de la señal de los que iban a ganar la roca por la parte de atrás. Los etolios que se encontraban en la ciudadela no pudieron resistir primera- mente el grito de guerra de los que habían ocupado la ro- ca, y después el ataque de los romanos desde la ciudad, pues su moral estaba ya quebrantada y además allí no ha- bía ningún recurso preparado para soportar un asedio de cierta duración; y ello debido a que se habían aglomerado mujeres, niños y toda la masa de no combatientes en una ciudadela que apenas podía dar cabida, no ya proteger, a semejante multitud; de modo que al primer asalto arro- jaron las armas y se rindieron. Entre otros dirigentes etolios se entregó Damócrito, el que al principio de la gue- rra, cuando Tito Quincio le pidió el decreto por el que los etolios habían acordado que se hiciese venir a Antíoco, había contestado que se lo entregaría en Italia cuando los etolios estableciesen allí su campamento. Á causa de esta arrogancia, su rendición-supuso una satisfacción mayor para los vencedores. Al mismo tiempo que los romanos Rendición atacaban Heraclea, Filipo según lo con- de Lamia. venido, atacaba Lamia. Se había encon- Embajada etolia E A a Antíoco trado cerca de tas Termópilas con el cón- sul, a su regreso de Beocia, para felicitarlo a él y al pueblo romano por la victoria y para disculparse por no haber participado en la batalla debido a que se encontraba enfermo. Luego se habían separado marchan- . do en distintas direcciones a atacar simultáneamente las dos ciudades. Distan éstas entre sí unas siete millas, y como Lamia está situada sobre una loma y además está orientada sobre todo hacia la parte del Eta, la distancia parece muy corta y la visibilidad es completa. Romanos y macedonios, como si de una competición se tratara, esta-
LIBRO XXXVI 49
ban día y noche entregados a los trabajos de asedio y a los combates, pero las dificultades eran mayores para los macedonios, ya que los romanos contribuían al asedio con el terraplén, los manteletes y todas sus máquinas en la su- perficie, mientras que los macedonios lo hacían bajo tierra con galerías, y en los tramos rocosos el hierro se encontra- ba con piedra casi impenetrable. Como la empresa pro- gresaba despacio, el rey, por medio de conversaciones con los dirigentes, tanteaba a los habitantes de la plaza con miras a su rendición, seguro de que si caía primero Hera- clea, se entregarían a los remanos de mejor grado que a él mismo, y el cónsul se ganaría su reconocimiento por liberarla del asedio. Y no se equivocó en su previsión, ya que inmediatamente después de la toma de Heraclea llegó un mensajero a decirle que levantara el asedio, que era más justo que se llevaran la recompensa de la victoria los soldados romanos que se habían enfrentado en batalla campal a los etolios. Se produjo asi la retirada de Lamia, y gracias al desastre de la ciudad vecina, sus habitantes se libraron de padecer ellos algo parecido.
Pocos días antes de la toma de Heraclea los etolios convocaron asamblea en Hípata y enviaron embajadores a Antíoco; entre ellos se encontraba el mismo Toante que había sido enviado anteriormente. Llevaban instrucciones de pedir al rey en primer lugar que reuniera de nuevo sus fuerzas de tierra y mar y viniera a Grecia, y en segundo lugar, que, si lo retenía algún asunto, enviara dinero y tro- pas de apoyo; ello afectaba por una parte a su dignidad y su crédito —no abandonar a unos aliados— y por otra a la seguridad de su reino, no fuera a dejar que los roma- nos, enteramente libres después de quitar de en medio a la nación etolia, pasaran a Asia con todas sus tropas. Lo que decían era cierto, y por ello surtió mayor efecto en el rey;
le a]
26
E]
50 HISTORIA DE ROMA
así que entregó en el acto a los embajadores el dinero que era necesario para los gastos de la guerra, y aseguró que 6 enviaría tropas auxiliares terrestres y navales. Únicamente . retuvo a uno de los embajadores, Toante, que, por otra parte, se quedó de buen grado, para impulsar con su pre- sencia el cumplimiento de lo prometido. 27 Por otra parte, la toma de Heraclea acabó de quebrar la moral de los etolios, 2 "Negociaciones y 2 los pocos días de enviar embajado- con los etolios . ; res a Asia para dar un nuevo impulso a la guerra y pedir al rey que viniera, re- nunciaron a sus planes bélicos y enviaron parlamentarios 3 al cónsul para pedir la paz. Cuando comenzaron a hablar, . el cónsul los interrumpió, les dijo que antes tenía que ocu- parse de otros asuntos, y les mandó volver a Hípata, con- cediéndoles una tregua de diez días; con ellos envió a Lu- cio Valerio Flaco, y les dijo que le expusieran a éste lo que iban a tratar con él y, si querían, alguna otra cosa. 4 Cuando éstos llegaron a Híipata, los dirigentes etolios celebraron consejo, con Flaco presente, en el que debatie- ron sobre qué actitud adoptar en presencia del cónsul. s Se aprestaban a basar su discurso en los derechos de sus antiguos tratados y en los servicios prestados al pueblo ro- 6 mano, y entonces Flaco les aconsejó que no mencionasen aquello que ellos mismos habían violado o roto, que les sería más provechoso reconocer su culpa y orientar por entero su discurso hacia las súplicas, pues sus esperanzas de salvación dependían no de su causa sino de la clemencia 7 del pueblo romano; si adoptaban una actitud suplicante, él mismo los apoyaría tanto ante el cónsul como ante el senado en Roma, pues también allí habría que enviar em- 3 bajadores. A todos les pareció que la única vía de salva- ción era ésta, ponerse a disposición de los romanos, pues
LIBRO XXXVI 51
asi los colocarían en la alternativa de tener que avergon- zarse por maltratar a unos suplicantes, y ellos seguirían siendo igualmente dueños de su destino si la fortuna les ofrecía algo mejor.
Cuando llegaron a presencia del cónsul, Feneas, el jefe de la delegación, finalizó su largo discurso, elaborado con diferentes recursos para mitigar las iras del vencedor, diciendo que los etolios sometfan sus personas y todo cuanto poseían a la discreción del pueblo romano. Cuando el cónsul oyó esto, dijo: «Mirad bien lo que hacéis, etolios, entregándoos en esas condiciones». Entonces Feneas mos- tró el decreto en el que ello constaba por escrito detallada- mente. «Pues ya que os entregáis en esos términos», dijo el cónsul, «exijo que me entreguéis sin dilación a vuestro
28
uy
compatriota Dicearco y a Menestas del Epiro —éste había
entrado en Naupacto con un destacamento armado y ha- bía incitado a la defección—, así como a Aminandro y a los jefes de los atamanes, por cuyos consejos rompisteis con nosotros». Feneas, interrumpiendo casi al romano, intervino para decir: «No nos hemos entregado a la escla- vitud sino a tu protección, y estoy seguro de que incurres inadvertidamente en un error al exigirnos algo que no for- ma parte de los hábitos de comportamiento de los griegos». A esto replicó el cónsul: «Tampoco me preocupa ahora mayormente, ¡por Hércules!, qué consideran los etolios que se hace de acuerdo con las costumbres de los griegos, siem-
pre y cuando ejerza mi autoridad al uso romano sobre quie-
nes acaban de rendirse por decisión propia después de ha- ber sido vencidos con las armas; por consiguiente, sí no se cumple al instante lo que estoy ordenando, ahora mis- mo mandaré que os encadenen». Ordenó que se trajeran cadenas y que los lictores se situaran en torno a ellos. En- tonces se quebró la arrogancia de Feneas y de los demás
52 HISTORIA DE ROMA
etolios y comprendieron por fin cuál era la situación en
7 que se encontraban, y Feneas declaró que él y los etolios presentes se daban cuenta, sin duda, de la necesidad de cumplir lo que se les exigía, pero que era necesaria una asamblea de los etolios para tomar una decisión así; para
s ello solicitaba la concesión de diez días de tregua. Intervino Flaco en favor de los etolios, se les concedió la tregua y retornaron a Hípata. Cuando Feneas, en el consejo res- tringido de los que llaman apocietas, dio cuenta de las con- diciones que se les imponían y de lo que a ellos mismos
9 había estado a punto de ocurriries, los principales deplo- . raron su situación, es cierto, pero sin embargo sostenían el criterio de que se debía obedecer al vencedor y convocar a una asamblea a los etolios de todas las ciudades.
29 Pero cuando toda la multitud reunida escuchó aquel mismo informe se exasperaron los ánimos de tal forma por lo duro y humillante de la imposición que de haber estado en tiempos de paz podian haberse visto empujados a la
2 guerra en aquel arrebato de cólera. A la rabia se añadían por una parte la dificultad de cumplir lo exigido —en efec- to, ¿cómo, en todo caso, podían ellos entregar al rey Ami-
3 nandro?—, y por otra la posibilidad que por suerte se : había abierto, porque Nicandro, que precisamente enton- ces regresaba de junto al rey Antíoco colmó a la multitud con la vana esperanza de que se estaba preparando una
4 guerra de grandes proporciones por tierra y mar. Volviendo de Etolia una vez cumplida su misión, once días después de embarcar hizo escala en Fálara, en el golfo Malíaco.
5 Cuando, después de expedir desde allí a Lamia el dinero, se dirigía a Hipata con una escolta ligera por senderos co- nocidos, por lá zona intermedia entre los campamentos ma- cedonio y romano, a primera hora de la tarde se tropezó con un puesto de vigilancia macedonio y fue conducido
LIBRO XXXVI $3
a presencia del rey cuando aún no había terminado de co- mer. Cuando se anunció su llegada, Filipo, reaccionando 6 como si fuera un huésped y no un enemigo quien llegaba, lo invitó a sentarse a la mesa y participar de la comida, y más tarde despidió a los demás y lo retuvo a él solo; 7 le aseguró personalmente que no tenía nada que temer de él, y echó la culpa a las descaminadas decisiones de los 8 etolios, que siempre se volvían contra ellos mismos, los cuales habían llevado a Grecia primero a los romanos y después a Antíoco; pero él se olvidaba del pasado, que 9 es más fácil de criticar que de cambiar, y no pensaba reac- cionar ensañándose en su desgracia; también los etolios debían deponer por fin sus odios contra él, y particular- mente Nicandro debía acordarse del día en que él lo había salvado. A continuación le asignó una escolta para que 11 lo acompañara hasta que no corriera peligro, y Nicandro se presentó en Hípata cuando se estaba deliberando acerca de la paz con los romanos. o Después de poner en venta o dejar a 30 los soldados el botín cogido en torno a
0
pa.
Naupacto, qe Mesene, Heraclea, Manio Acilio, enterado de que Zacinto en Hiípata no había planes de paz y de
que los etolios se habian concentrado en Naupacto para resistir desde allí todo el peso de la gue- rra, envió a Apio Claudio por delante. con cuatro mil 2 hombres para ocupar las cumbres en los puntos donde los pasos montañosos eran difíciles; él subió al Eta y ofreció 3 un sacrificio a Hércules en un paraje llamado Pira % debi- do a que allí tuvo lugar la cremación del cuerpo mortal de este dios. A continuación se puso en camino con todo el ejército e hizo el resto del trayecto con una marcha bas-
% Al noreste del Eta.
S4 HISTORIA DE ROMA
4 tante expedita. Al llegar al Córace, un monte muy alto situado entre Calípolis y Naupacto, muchas acémilas de la reata se despeñaron con sus cargas y los hombres sufrie-
5 ron mucho. Resultaba evidente que era muy torpe el ene- migo con el que tenían que vérselas, pues no había blo- queado con ningún destacamento armado una travesía tan
6 llena de obstáculos, para cortar el paso. Entonces, aun con el ejército maltrecho, descendió hacia Naupacto, esta- bleció un fuerte frente a la ciudadela y rodeó el resto de la ciudad distribuyendo sus tropas de acuerdo con la situa- ción de las murallas. Y este asedio requirió tantas obras y esfuerzos como el de Heraciea. |
31 Al mismo tiempo comenzaron también los aqueos el asedio de Mesene, en el Peloponeso, porque se negaba a
2 pertenecer a su confederación. Estaban fuera de la Liga Aquea dos ciudades, Mesene y Élide, alineadas con los eto-
3 lios. No obstante, los eleos, una vez expulsado Antíoco de Grecia, habían dado una respuesta bastante moderada a los emisarios de los aqueos: cuando se hubiera marchado.
4 la guarnición del rey pensariían lo que debían hacer. Los mesenios habían despedido a los diputados sin una res-
5 puesta y habían roto las hostilidades; pero, inquietos por su situación, como ya se había esparcido un ejército por su territorio pasándolo a fuego por doquier y veían que se instalaba un campamento cerca de la ciudad, mandaron emisarios a Cálcide, a Tito Quincio, el garante de su liber- tad, para hacerle saber que los mesenios estaban dispues- tos a abrir sus puertas y entregar su ciudad a los romanos,
6 no a los aqueos. Después de oír a los emisarios, Quincio partió de Megalópolis inmediatamente y envió un mensaje- ro al pretor de los aqueos Diófanes “ ordenándole que re-
éS Strategós en 192/191,
LIBRO XXXVI 55
tirase al instante el ejército de Mesene y se reuniera con él. Diófanes obedeció la orden y, levantando el asedio, se adelantó sin impedimenta al ejército y se encontró con Quin- cio cerca de Andania, pequeña población situada entre Me- galópolis y Mesene. Cuando estaba explicando las razones del asedio, Quincio lo reprendió en buen tono por haber intentado una operación tan importante sin su autoriza- ción y le dio orden de licenciar a su ejército y no perturbar la paz conseguida para bien de todos. A los mesenios les mandó que llamasen a los exiliados y se integrasen en la Liga Aquea; si tenían algo sobre lo que quisieran presentar objeciones o exigir garantías para el futuro, que acudieran a él en Corinto. A Diófanes le pidió que convocara para él, inmediatamente, una reunión de la Liga Aquea. En ella se quejó de la ocupación fraudulenta de la isla de Zacinto y pidió su devolución a los romanos. Zacinto había per- tenecido a Filipo, rey de Macedonia; se la había dado a Aminandro como compensación por permitir que pasara con su ejército por Atamania hacia la parte norte de Eto- lia, expedición con la que quebró la moral de los etolios empujándolos a pedir la paz. Aminandro puso a Filipo de Megalópolis al frente de la isla; después, durante la gue- rra en que se alió con Antíoco contra los romanos, llamó al tal Filipo para responsabilidades bélicas y envió para sucederie a Hierocles de Agrigento.
Este último, después de que Antíoco huyó de las Ter-
mópilas y Aminandro fue expulsado de Atamania por Fili-
po, por cuenta propia envió mensajeros a Diófanes, pretor de los aqueos, y por una suma convenida entregó la isla a los aqueos. A los romanos les parecía justo que la ista fuese una recompensa de guerra para ellos, pues Manio Acilio y las legiones romanas no habían combatido en las Termópilas por Diófanes y los aqueos. Ante este argumen-
7
8
9
2
3
56 HISTORIA DE ROMA
to Diófanes tan pronto se justificaba a sí mismo y a su pueblo como hacía una disertación sobre los aspectos lega-
4 les del hecho. Algunos aqueos aseveraban que ellos habían desaprobado aquella operación desde el principio y ahora recriminaban al pretor por su empecinamiento; a propues- ta suya se acordó someter la cuestión a Tito Quincio., 5 Quincio era tan benévolo con los que cedían como inflexi- ble con los que le hacían frente. Distendiendo el tono de voz y el semblante, dijo: «Si yo considerara que la pose- sión de la isla es provechosa para los aqueos, propondría al senado y al pueblo romano que os permitieran quedaros
$ con ella; pero veo que, lo mismo que la tortuga cuando se mete dentro de su caparazón está a cubierto de toda clase de golpes y cuando saca alguno de sus miembros está
7 Sin defensa y débil lo que deja al descubierto, de la misma manera a vosotros, aqueos, encerrados por el mar por to- das partes, os resulta fácil anexionar lo que queda dentro de los límites del Peloponeso y defenderlo después de la 3 anexión, pero en cuanto el afán de abarcar más y más Os lleva a salir de esos límites, todo lo que queda fuera 9 está desprotegido y expuesto a todos los golpes». Con el consentimiento de toda la asamblea, y sin que Diófanes se atreviera a insistir, Zacinto fue entregada a los romanos. 33 Por la misma época, el rey Filipo pre- e guntó al cónsul, que partía hacia Naupac- Tierna. to, si quería que él, mientras tanto, re-
para los etolios. Conquistase las ciudades que habían aban-
2 Ediles aqueo donado la alianza con Roma. Obtenida sd la autorización, avanzó con sus tropas
hacia Demetríade, a sabiendas de la gran. confusión que 3 allí remaba. Sus habitantes, en efecto, perdida toda es- peranza, viendo que habían sido abandonados por Antío- co y que no podían esperar nada de los etolios, estaban
LIBRO XXXVI s7
día y noche a la espera de la llegada de Filipo, su enemigo, o de los romanos, más temibles aún porque tenían más razones para estar irritados. Había en la ciudad una masa desorganizada de hombres del rey; los pocos que habían quedado al principio en la guarnición, y otros, más nume- rosos, que habían llegado más tarde, sin armas la mayor parte, en la huida siguiente a la derrota, y no tenían ni fuerzas ni moral suficiente para soportar el asedio; por eso, cuando Filipo les mandó los emisarios que dejaban entre- ver la esperanza de conseguir el perdón, respondieron que sus puertas estaban abiertas para el rey. En cuanto hizo su entrada, algunos principales abandonaron la ciudad; Buríloco se suicidó. Los soldados de Antíoco, tal como se había convenido, fueron conducidos a Lisimaquia a tra- vés de Macedonia y Tracia escoltados por macedonios pa- ra que nadie los maltratara. Había también en Demetríade algunas naves comandadas por Isidoro, y también se dejó que marcharan junto con su prefecto. A continuación Fili- po recuperó Dolopia y Aperancia “ y algunas ciudades de Perrebia.
Mientras Filipo realizaba estas operaciones, Tito Quin- cio, después de serle entregada Zacinto, se marchó de la asamblea aquea cruzando a Naupacto, cuyo asedio duraba ya dos meses —la caída era inminente—, y en caso de ser tomada por asalto daba la impresión de que toda la nación etolia sería exterminada allí. Estaba resentido, y con razón, contra los etolíos, porque no había olvidado que habían sido los únicos en poner peros a su gloria cuando estaba liberando Grecia y habían sido insensibles a su autoridad cuando trató de disuadirlos de su desatinado proyecto ad- virtiéndoles que iba a ocurrir lo que precisamente ahora
66 Situada en la Etolia septentrional al suroeste de Dolopia.
Y
34
2
3
58 HISTORIA DE ROMA
4 estaba ocurriendo; ello no obstante, pensando que era misión suya especialísima evitar que fuera aniquilado por completo ninguno de los pueblos de la Grecia que él había libertado, comenzó a caminar por delante de las murallas para que los etolios lo reconocieran sin dificultad. Ense- guida fue identificado desde los puestos más avanzados, y se propagó por todas las filas la noticia de la presencia de Quincio. Así pues, corrieron hacia las murallas desde todas partes tendiendo todos las manos, y gritaban al uní- sono pronunciando el nombre de Quincio y le pedían que acudiera en su ayuda y los salvara. Y lo cierto es que en esos momentos, a pesar de la impresión que le produci- rían estos gritos, hizo un gesto con la mano indicando que él no podía hacer nada. Pero cuando llegó ante el cónsul dijo: «¿No te das cuenta de lo que está ocurriendo, Ma- nio Acilio, o a pesar de verlo bastante claro consideras que no afecta mucho ai planteamiento general?». Des- $ pertó la curiosidad del cónsul, que preguntó: «¿Por qué no aclaras de qué se trata?», Quincio, entonces, dijo: «¿Es que no ves que después de haber derrotado a Antíoco estás malgastando el tiempo en el asedio de un par de ciu- dades cuando está a punto de finalizar el año de tu man- 9 dato? En cambio Filipo, que no ha visto el ejército ni las enseñas del enemigo, se ha anexionado ya no sólo ciudades sino un gran número de pueblos: Atamania, Perrebia, Ape- rancia, Dolopia; y como recompensa por tu victoria, tú y tus hombres aún no tenéis dos ciudades, mientras que 10 Filipo es dueño de tantos pueblos de Grecia. Ahora bien, lo que nos interesa no es tanto que se debilite el poder y la fuerza de los etolios sino que Filipo no crezca de for- ma desmedida». 335 Fl cónsul estaba de acuerdo con estas apreciaciones, pero su amor propio se resistía a la idea de levantar el
Ln
po]
—]
LIBRO XXXVI 59
asedio sin haber cumplido su objetivo; dejó, pues, todo el asunto en manos de Quincio. Éste se dirigió de nuevo hacia aquella parte de la muralla donde poco antes habían dado los gritos los etolios. Allí le suplicaron con mayor insistencia que se compadeciera del pueblo etolio, y enton- ces les dijo que salieran algunos a reunirse con él. Inme- diatamente salieron el propio Feneas y otros dirigentes. Cuando éstos se echaron a sus pies, les dijo: «Vuestro in- fortunio me lleva a contener mi cólera y moderar mis pala- bras. Ha ocurrido lo que yo predije que iba a ocurrir, y ni siquiera os queda el consuelo de que parezca que les ha ocurrido a quienes no se lo merecían; yo, sin embargo, predestinado, por decirlo así, para velar por la prosperi- dad de Grecia, no dejaré de hacer el bien incluso a quienes no lo agradecen. Enviad parlamentarios al cónsul para solicitar una tregua lo bastante larga como para poder en- viar embajadores a Roma por cuya mediación os entre- guéis a la discreción del senado; yo os apoyaré ante el cón-
sul como intercesor y defensor». Actuaron según el crite-
rio de Quincio, y el cónsul no rechazó su embajada; tras concedérseles una tregua hasta una determinada fecha en la que pudiese estar de vuelta de Roma una delegación con la respuesta, se levantó el asedio y se envió el ejército a la Fócide.
El cónsul, acompañado por Tito Quincio, se trasladó por mar a Egio, a la asamblea aquea. En ella se trató la cuestión de los eleos y de la repatriación de los exiliados lacedemonios. No se llegó a una conclusión en ninguno de los dos temas, porque los aqueos quisieron reservarse el caso de los exiliados para ganar crédito ellos, y los eleos prefirieron entrar en la Liga Aquea por iniciativa propia antes que por mediación de los romanos. Acudieron al cónsul unos diputados de los epirotas; había constancia de
5
7
60 HISTORIA DE ROMA
que éstos no habían sido totalmente leales al tratado de amistad; sin embargo, no habían proporcionado a Antíoco ningún soldado; se les acusaba de haberle ayudado econó- micamente, y ni siquiera ellos mismos negaban haber en-
9 viado embajadores al rey. A su petición de que se les permitiera mantener las antiguas relaciones de amistad, el cónsul contestó que aún no sabía si considerarlos enemi-
10 gos o sometidos; el senado juzgaría sobre ese particular;
él remitía integramente su caso a Roma, por lo cual les
concedía una tregua de noventa días. Los epirotas en- viados a Roma se dirigieron al senado.
Roma: Como en lugar de responder a los cargos
, ala que había contra ellos lo que hacían era
j pes * referirse a los actos de hostilidad que no habían cometido, se les dio una respuesta
que pudiera interpretarse como que habían sido perdona-
12 dos, no que hubieran demostrado su inocencia. También fueron presentados ante el senado, por la misma época, unos enviados del rey Filipo que se congratularon por la victoria. Solicitaron que se"les permitiera ofrecer un sacri- ficio en el Capitolio y depositar un presente de oro en el templo de Júpiter Óptimo Máximo, y el senado dio su auto- rización. Depositaron una corona de oro de cien libras.
13 Aparte de dar una respuesta amistosa a los enviados del . rey, también les fue entregado el hijo de Filipo, Deme- trio, que estaba en Roma en calidad de rehén, para que
4 lo llevaran a su padre. Así concluyó la guerra que llevó a cabo en Grecia el cónsul Manio Acilio contra el rey Antíoco.
36 Elotro cónsul, Publio Cornelio Escipión, al que había correspondido en el sorteo la provincia de la Galia, antes de partir para la guerra que había que sostener contra los boyos, solicitó al senado una asignación presupuestaria pa-
1
hc
LIBRO XXXVI 61
ra los juegos que había prometido con voto en el momento más crítico de una batalla cuando estaba como pretor en Hispania %. Se estimó que pedía algo inhabitual e injus- tificado, así que se decidió que la celebración de unos jue- gos prometidos ateniéndose exclusivamente a su propio crl- terio y sin consultar al senado, se financiara con el produc- to de la venta del botín, si se había reservado algún dinero para ese fin, o bien corriendo con los gastos él mismo. Publio Cornelio celebró estos juegos durante diez días. Aproximadamente por la misma época % tuvo lugar la dedicación del templo de la Gran Madre, la diosa traída de Asia a la que precisamente Publio Cornelio había acom- pañado desde la costa hasta el Palatino durante el consula- do de Publio Cornelio Escipión -——el que después recibió el sobrenombre de Africano— y de Publio Licinío. La construcción del templo, en virtud de un decreto del sena- do, había sido adjudicada por los censores Marco Livio y Gayo Claudio durante el consulado de Marco Cornelio y Publio Sempronio %. Marco Junio Bruto lo dedicó trece años después de la adjudicación, y con motivo de su dedi- cación se celebraron unos juegos que según sostiene Vale- rio Anciate fueron los primeros juegos escénicos denomi- nados Megalesios. Asimismo, el duúnviro 1% Gayo Licinio Luculo dedicó el templo de la Juventud en el Circo Máxi- mo. Lo había prometido con voto hacía dieciséis años el cónsul Marco Livio el día en que aniquiló a Asdrúbal y su ejército ?!; fue también él quien, siendo censor, adjudi-
7 En el año 193, cuando en realidad era propretor (XXXV 1, 5 ss.). 68 Sobre los problemas que presentan las fechas aquí implicadas véase J. BRISCOE, 0.C., págs. 274 s. $ En el año 204 (XXIX 37, 2). 1% Duumuir aedi dedicandae. 11 En el año 207.
hb
10]
7
3
2
uy
uU
DD
62 HISTORIA DE ROMA
có su construcción durante el consulado de Marco Corne- lio y Publio Sempronio. También con motivo de esta dedicación se celebraron unos juegos, realizándose todo con una religiosidad tanto mayor cuanto que era inminente la nueva guerra contra Antíoco.
A comienzos del año en que tenían lugar estos aconte- cimientos, y cuando ya Manio Acilio había partido para el frente y permanecía aún en Roma el cónsul Publio Cor- nelio, cuenta la tradición que subieron por las escaleras hasta el tejado de un edificio dos bueyes domésticos en las Carinas ??. Los arúspices prescribieron que fueran que- mados vivos y sus cenizas arrojadas al Tíber. Se tuvo noticia de que había llovido piedra varias veces en Tarraci- na y en Amiterno, que habían sido alcanzados por rayos el templo de Júpiter y las tiendas de los alrededores del foro en Menturnas, y que en Volturno, en la desemboca- dura del río, habían ardido dos naves alcanzadas por un rayo. Con motivo de estos portentos los decénviros ” fueron a consultar los Libros Sibilinos, por decisión del senado, y volvieron diciendo que era preciso instituir un ayuno en honor de Ceres que debía ser guardado cada cin- co años **; que se celebrase un novenario sagrado y un día de rogativa; que se hiciese la rogativa tocados con co- ronas, y que el cónsul Publio Cornelio ofreciese un sacrifi- cio a los dioses con las víctimas que indicasen los decénvi- ros. Una vez aplacados los dioses con el cumplimiento ritual de lo prometido con voto y también con la expiación
72 Barrio residencial aristocrático al menos en época imperial, situado en la zona sur del Esquilino.
1% Decemnuiri sacris faciundis. En 367 habían pasado de dos a diez, abriéndose a los plebeyos el acceso al cargo.
% Es la primera mención que aparece en Livio de un rito como el ayuno. Más adelante la celebración se hizo anual.
LIBRO XXXVI 63
de los portentos, el cónsul partió hacia su provincia y or- denó ai procónsul Gneo Domicio que marchase a Roma desde alli después de licenctar su ejército; él entró en el
territorio de los boyos al frente de sus legiones. En torno a las mismas fechas, los m0 Buena lígures, después de reunir un ejército re-
en el Norte. Discutido curriendo a una ley sagrada, atacaron el triunfo de campamento del procónsui Quinto Minu- Escipión Nasica NL ; 7
cio '” de noche y por sorpresa. Minucio mantuvo a sus hombres hasta el amanecer formados den- tro del recinto vallado, atento a que el enemigo no traspa- sara la línea defensiva por ninguna parte. Al despuntar el día salió de improviso por dos puertas a la vez. Pero, contrariamente a lo que esperaba, los lígures no fueron rechazados a la primera carga y mantuvieron indeciso el combate durante más de dos horas;. por fin, como salían tropas sucesivamente y los hombres de refresco relevaban en el combate a los que estaban agotados, los lígures, exte- nuados entre otras cosas por la falta de sueño, acabaron por volver la espalda. Murieron más de cuatro mil enemi- gos, y menos de trescientos entre romanos y aliados. Un par de meses más tarde el cónsul Publio Cornelio se enfrentó con éxito a un ejército de boyos en una batalla regular. Valerio Anciate refiere que fueron veintiocho mil los enemigos muertos y tres mil cuatrocientos los prisione- ros, que se capturaron ciento veinticuatro enseñas milita- res, mil doscientos treinta caballos y doscientos cuarenta y siete carros de combate, y que los vencedores tuvieron mil cuatrocientas ochenta y cuatro bajas. Aunque se trata de un historiador poco fiable en las cifras, porque no hay nadie más propenso a exagerarlas, con todo, se deduce de
15 Termo, el cónsul del año 193.
5
6
7
39
tu
uy
Hh
1
A
J
0%
64 HISTORIA DE ROMA
ello con claridad que la victoria fue importante, ya que fue tomado el campamento y se rindieron los boyos inme- diatamente después de aquella batalla, y por otra parte el senado decretó una acción de gracias y se inmolaron vícti- mas adultas con motivo de esta victoria.
Por las mismas fechas, Marco Fulvio Nobilior, de regreso de la Hispania ulterior, hizo su entrada en Roma recibiendo los honores de la ovación. Trajo consigo doce mil libras de plata, ciento treinta mil monedas de plata acuñadas con la biga, y ciento veintisiete libras de oro.
El cónsui Publio Cornelio cogió rehenes del pueblo boyo y confiscó casi la mitad de su territorio con el objeto de que el pueblo romano pudiera, si quería, fundar colo- nias allí, Después, al marchar a Roma con la perspectiva de un triunfo seguro, licenció al ejército con órdenes de estar en Roma el día del triunfo. Al día siguiente de su llegada convocó personalmente al senado en el templo de Belona y después de presentar un informe acerca de las operaciones que había llevado a cabo solicitó autorización para entrar en triunfo en Roma. El tribuno de la plebe Publio Sempronio Bleso opinaba que no se le debía negar a Escipión el honor del triunfo, pero que debía ser aplaza- do; las guerras contra los ligures, según él, siempre habían ido a la par con las de los galos; estos pueblos se ayudaban mutuamente, dada su proximidad; si después de derrotar a los boyos en el campo de batalla el propio Publio Esci- pión hubiese pasado con su ejército victorioso al territorio de los lígures o hubiese enviado parte de sus tropas a Quinto Minucio, retenido allí por tercer año ya por una guerra incierta, habría podido resolver la guerra contra los lígu- res. En cambio, para hacer más concurrido su triunfo, había retirado a unos soldados que habrían podido prestar un brillante servicio al Estado y aún podían hacerlo si el
LIBRO XXXVI 65
senado quería aplazar el triunfo y reiniciar lo que, con las prisas del triunfo, había quedado por hacer. Debía ordenar al cónsul que regresara a su provincia con sus legiones y colaborase para someter a los lígures. Si no se sometía a éstos al poder y la voluntad del pueblo romano, tampoco los boyos se mantendrían tranquilos; era obligado estar en paz o en guerra en ambos frentes. Una vez derrotados por completo los lígures, dentro de pocos meses, siendo pro- cónsul, celebraría su triunfo Publio Cornelio, siguiendo el ejemplo de tantos otros que no habían triunfado durante su magistratura. |
A esto replicó el cónsul que a él no le había tocado en suerte la provincia de los lígures, ni él había hecho la guerra contra los lígures, ni solicitaba el triunfo sobre ellos; Confiaba plenamente en que sin tardar mucho los iba a someter Quinto Minucio, que luego solicitaría un triunfo merecido y lo obtendría. Él pedía el triunfo sobre los galos boyos, a los que había vencido en el campo de bata- lla, les había arrebatado el campamento, había recibido la sumisión de toda su nación a los dos días de la batalla, y había cogido rehenes entre ellos como garantía de paz 4 para el futuro. Pero había en realidad algo mucho más importante, y era el hecho de que ningún general antes que él había combatido contra tantos galos como él había matado en el campo de batalla; al menos contra tantos millares de boyos, seguro. De cincuenta mil enemigos se había dado muerte a más de la mitad y se había cogido prisioneros a muchos millares; de los boyos no quedaban más que los ancianos y los niños. ¿A quién podía ex- trañar, por consiguiente, que un ejército victorioso que no había dejado ni un enemigo en su provincia, hubiera veni- do a Roma a celebrar el triunfo de su cónsul? Si el senado quería utilizar los servicios de esos soldados en otra pro-
ju
0
2
Ly
8
9
66 HISTORIA DE ROMA
vincia, ¿cómo creía que iban a estar más dispuestos a arros- trar otros peligros y nuevas fatigas, en definitiva, si se les hacía efectiva sin reservas la recompensa por sus riesgos y fatigas anteriores, o si se les mandaba marchar llevándo- se esperanzas en vez de realidades cuando ya se había frus- trado su primera esperanza? Porque, en lo que a él con- cernía, había alcanzado gloria suficiente para toda su vida el día en que el senado lo había enviado a recibir a la Madre del Ida por considerarlo el mejor de los ciudada- nos. Con este título, incluso sin el añadido del consulado y el triunfo, el retrato de Publio Escipión Nasica iba a
10 ser suficientemente respetable y respetado. El senado en
11
14
pleno no sólo estuvo de acuerdo en decretar el triunfo sino que indujo, con su autoridad, al tribuno de la plebe a reti- rar el veto. Publio Cornelio celebró el triunfo sobre los boyos siendo cónsul. En aquel desfile triunfal Hevó armas, enseñas y toda clase de despojos en carros galos, así como vasos galos de bronce, y además de los prisioneros nobles hizo desfilar también el tropel de caballos capturados. Llevó mil cuatrocientos setenta y un collares de oro, y además doscientas cuarenta y siete libras de oro, dos mil trescientas cuarenta libras de plata sin labrar o labradas en vasos galos, trabajados a tenor de su arte no carente de oficio, y doscientas treinta y cuatro mil monedas de plata acuñadas con la biga. Entre los soldados que es- coltaron su carro repartió ciento veinticinco ases por cabe- za, doble cantidad a cada centurión y triple a cada jinete, Al día siguiente convocó una asamblea, se extendió ha- blando de sus hazañas y de la injusta pretensión del tribu- no de implicarlo en una guerra que era de otro para pri- varlo del fruto de una victoria que era suya, y después licenció a sus tropas y les mandó marchar.
LIBRO XXXVI | 67
Mientras en Roma tenían lugar estos 41
Oriente: acontecimientos, Antíoco, en Efeso, es- la guerra taba muy tranquilo con respecto a la gue- en el mar.
rra con Roma, dando por hecho que los romanos no pasarían a Asia. Una buena parte de sus amigos, por error o por adularlo, alimentaba esta seguridad. Únicamente Aníbal, cuyo ascendiente ante 2 el rey estaba en aquel momento en su punto más alto, afir- maba estar más sorprendido de que los romanos no estu- vieran ya en Asia que dudoso acerca de que fueran a venir; era más corta la travesía desde Grecia a Asia que desde 3 Italia a Grecia, y Antíoco era una razón mucho más im- portante que los etolios; el potencial militar de los roma- nos era tan grande por mar como por tierra. Desde hacía 4 ya tiempo su flota se encontraba en las proximidades de Malea; él había oído que recientemente habían llegado de Italia nuevas naves y un nuevo almirante para dirigir las operaciones; así pues, que Antíoco dejara de forjarse una s paz basada en vanas esperanzas; en Asia, y por Ásia mis- ma, tendría que luchar en breve contra los romanos, y ha- bría que quitarles su imperio a quienes tenían puestas sus miras en el orbe entero, o él tendría que quedarse sin su propio reino. Al parecer, era el único que preveía y pre- 6 decía fielmente la verdad. Por consiguiente, el propio rey, con las naves que estaban preparadas y equipadas, se diri- gió al Quersoneso para reforzar aquella zona por si los romanos llegaban por tierra. Dio orden a Polixénidas de 7 alistar y botar el resto de la flota, y mandó las naves ex- ploradoras a hacer un reconocimiento completo en torno a las islas.
Gayo Livio, el prefecto de la flota romana, salió de «2 Roma con cincuenta naves cubiertas en dirección a Nápo- les, donde había ordenado a los aliados de la costa que
Batalla de Córico
WN
4
h>
A
—
Loa]
68 HISTORIA DE ROMA
concentraran las naves descubiertas que debían de acuerdo con el tratado. Desde allí salió rumbo a Sicilia. Cuando había dejado atrás el estrecho de Mesina recibió seis naves púnicas enviadas como refuerzo, reclamó a los reginos, los locrenses y los aliados del mismo estatuto las naves a que estaban obligados, pasó revista a la flota frente a Laci- nio '* y puso rumbo a mar abierto. Llegó a Corcira, la primera ciudad de Grecia donde abordó; sé informó acer- ca de la marcha de la guerra —pues la paz no estaba aún asentada por completo en Grecia— y del paradero de la flota romana, y cuando se enteró de que el cónsul y el rey habían tomado posiciones cerca del desfiladero de las Termópilas y de que la flota estaba fondeada en el Pireo, pensó que había todos los motivos para darse prisa y si- guió adelante costeando el Peloponeso. Sobre la marcha arrasó Same ”” y Zacinto porque habían preferido pasarse al bando de los etolios, puso rumbo a Malea, y disfrutan- do de una travesía favorable llegó en pocos días al Pireo, Junto a la antigua flota. Cerca de Escileo salió a su en- cuentro con tres navíos el rey Éumenes; había permaneci- do largo tiempo en Egina dudando entre volver para de- fender su reino —pues oía decir que Antíoco estaba prepa- rando fuerzas navales y terrestres en Éfeso— o no separar- se ni un ápice de los romanos, de cuya suerte dependía la suya. Aulo Atilio entregó a su sucesor veinticinco naves provistas de cubierta y partió hacia Roma desde el Pireo. Livio hizo la travesía hasta Delos con ochenta y una naves cubiertas y muchas otras de menor tamaño, unas descu-
?6 Promontorio del Brucio, cerca de Crotona, a la entrada del golfo
de Tarento. 77 Same es el nombre antiguo de Cefalania. Según algunos es el nom- bre de una de las ciudades de la isla.
LIBRO XXXVI 69
biertas y con espolón y otras de reconocimiento sin es- polón. | Aproximadamente por la misma época asediaba Nau- pacto el cónsul Acilio, Los vientos contrarios retuvieron a Livio durante varios días en Delos, pues entre las Cícla- das, separadas unas de otras por lenguas de mar más o menos anchas hay una zona muy batida por los vientos. Polixénidas, informado por las naves de reconocimiento dispuestas al efecto de que la flota romana estaba fondea- da en Delos, envió mensajeros al rey. Dejó éste lo que estaba haciendo en el Helesponto, regresó a Éfeso tan aprisa como pudo con las naves de espolón y celebró inmediata- mente un consejo para decidir si se debía afrontar el riesgo de un combate naval. Polixénidas opinaba que no había tiempo que perder, y que en todo caso era preciso comba- tir antes de que la flota de Eumenes y los navíos rodios se unieran con los romanos; de esta forma serían apenas inferiores en número y superiores en todo lo demás, tanto por la velocidad de las naves como por la diversidad de tropas auxiliares; las naves romanas, en efecto, rudimenta- rlamente construidas, no tenían facilidad de maniobra, apar- te de que, como venían a un país enemigo, llegaban carga- das de suministros, y en cambio las propias, como dejaban en torno suyo enteramente pacificada la zona, no trans- portarían nada más que soldados y armas; contarían ade- más con la gran ventaja de su conocimiento del mar, de las costas y de los vientos, factores todos estos que crea- rían problemas a los enemigos por su desconocimiento. El autor del plan, que además era quien iba a ponerlo en práctica, convenció a todos. Se emplearon dos días en los preparativos; al tercero partieron con cien naves, seten- ta de las cuales eran cubiertas y las demás descubiertas, todas de tamaño menor, y pusieron rumbo a Focea. De
4
6
7
8
9
70 HISTORIA DE ROMA
allí, el rey, enterado de que la flota romana se estaba acer- cando ya, como no tenía intención de tomar parte en el combate naval se retiró a Magnesia **, que está situada al pie del Sípilo, con el fin de reunir tropas de tierra;
10 la flota se dirigió a Cisunte ”, puerto de Eritras, en la
11
idea de que estaría mejor allí para esperar al enemigo. En cuanto amainó el aquilón, pues había soplado durante varios días ininterrumpidamente, los romanos partieron de Delos en dirección a Fanas *%, puerto de Quíos abierto al mar Egeo; desde allí dirigieron las naves hacia la ciudad
12 y después de aprovisionarse cruzaron a Focea. Éumenes
1
La?
44
to
marchó a su flota, a Elea, y pocos días más tarde, con veinticuatro naves cubiertas y un número algo superior de ellas descubiertas regresó a Focea junto a los romanos, que se estaban preparando y equipando para el combate naval. Partieron de allí con ciento quince naves cubiertas y unas cincuenta descubiertas. Al principio, los aquilones los em- pujaban de costado en dirección a tierra, y se veían obliga- dos a navegar en estrecha fila, casi nave tras nave; luego, cuando amainó un tanto la fuerza del viento, trataron de llegar al puerto de Córico, situado al norte de Cisunte.
Cuando Polixénidas recibió la noticia de que se estaba acercando el enemigo, se alegró de tener oportunidad de combatir, desplegó su ala izquierda hacia mar abierto, or- denó a los capitanes de navío que desplegaran el ala dere- cha hacia tierra y marchó al combate con un frente en línea. Cuando el romano advirtió esta maniobra arrió las
18 Conocida como Magnesia del Sípilo (Manisa, al este de Focea) pa- ra distinguirla de la Magnesia del Meandro, de Caria.
72 No parece que se pueda establecer con certeza su localización. Al sur, según deduce del párrafo 13. Eritras, enla parte septentrional de la península de Cesme.
80 Cabo de la isla de Quíos, al sur (Cabo Mastiko).
LIBRO XXXVI 71
velas y bajó los mástiles al tiempo que recogía los aparejos y esperaba a las naves que venían detrás. Cuando hubo ya un frente de unas treinta, para equilibrar con ellas el ala izquierda izó las velas de proa ** y avanzó mar adentro ordenando a los que iban detrás que alinearan las proas frente al flanco derecho cerca de tierra. Éumenes cerraba la formación, pero cuando comenzó el ajetreo de recoger los aparejos también él puso las naves a la mayor veloci- dad posible. Estaban ya a la vista de todos. Dos navíos cartagineses iban delante de la flota romana, y les salieron al paso tres navíos del rey. Dada la desigualdad numérica, dos naves reales flanquearon a una de ellas; primero ba- rrieron los remos por ambos costados, y luego la aborda- ron los combatientes, que capturaron la nave después de arrojar al agua o dar muerte a sus defensores. La otra nave, que había ido al choque en igualdad, al ver que la primera había sido capturada, antes de verse rodeada por tres a la vez retrocedió buscando refugio entre la flota. Encendido de cólera, Livio avanzó contra el enemigo con la nave pretoria. Las dos que habían rodeado a una de las cartaginesas se lanzaron contra ésta esperando el mis- mo resultado; él ordenó a los remeros que hundieran los remos en el agua para estabilizar la nave, que lanzaran los garfios de hierro sobre las naves enemigas que se acer- caban, y que, en cuanto hubieran convertido la lucha en algo semejante a un combate a pie, se acordaron del valor de los romanos y no considerasen hombres a los esclavos del rey. En esta ocasión una nave sola abordó y capturó dos mucho más fácilmente que antes las dos a una sola.
5 El término latino, dolon, designa una pequeña vela que se iza en proa sobre un mástil inclinado (una especie de bauprés elevado) para conseguir mayor velocidad en una situación de emergencia.
La)
72 HISTORIA DE ROMA
10 Ya se había producido también el choque entre las flotas en toda la línea, y se combatía en todas partes con las
11 naves entremezcladas. Éumenes llegó cuando ya se había iniciado la batalla; en cuanto advirtió que Livio había des- organizado el flanco izquierdo enemigo, atacó a su vez el flanco derecho, donde la lucha estaba equilibrada.
45 Y así, no mucho después se inició la huida, primero desde el flanco izquierdo. En efecto, cuando Polixénidas vio que los soldados enemigos eran claramente superiores en valor, izó las velas de proa y emprendió una huida en desbandada; muy pronto hicieron también otro tanto los que habían trabado combate contra Éumenes cerca de tie-
2 rra. Los romanos y Éumenes los persiguieron con gran tenacidad mientras los remeros pudieron aguantar y man- 3 tuvieron esperanzas de castigar su retaguardia, Cuando vieron que los vanos intentos de sus naves cargadas con los suministros eran burlados por la velocidad de las otras, dada su ligereza, acabaron por desistir después de capturar trece, naves con sus soldados y remeros y de hundir una
4 decena. De la flota romana se perdió únicamente la nave cartaginesa que habían cogido en medio otras dos al prin- cipio de la batalla. Polixénidas no cesó en su huida hasta
s el puerto de Éfeso. Los romanos se quedaron aquel día en el lugar de donde había partido la fiota real, y al día siguiente intentaron la persecución del enemigo. Aproxi- madamente a mitad del recorrido salieron a su encuentro veinticinco naves rodias provistas de cubierta con el pre-
6 fecto de la flota Pausístrato. Las unieron a las suyas,
persiguieron al enemigo hasta Éfeso y se alinearon frente
a la bocana del puerto en formación de combate. Tras obli-
gar a los enemigos a reconocer claramente su derrota, en-
viaron. a casa a los rodios y a Éumenes; rumbo a Quíos los romanos dejaron atrás primero el puerto de Fenicunte,
1]
LIBRO XXXVI 73
en territorio de Eritrea *?, echaron anclas por la noche,
y al día siguiente pasaron a la isla, cerca de la ciudad mis-
ma *. Allí estuvieron detenidos unos cuantos días, más
que nada para que repusieran fuerzas los remeros, e hicie-
ron la travesía hasta Focea. Dejando allí cuatro quinque-
rremes como guarnición de la ciudad, la flota llegó a Ca-
nas **, y como ya se acercaba el invierno se sacaron las
naves a tierra rodeándolas de un foso y una empalizada.
A finales de año se celebraron en Ro-
ma los comicios en-los que fueron elegi-
oca dos cónsules iS Lucio Cornelio Escipión
y Gayo Lelio, poniendo todos sus miras
en el Africano para finalizar la guerra
contra Antíoco. Al día siguiente fueron elegidos pretores
Marco Tucio, Lucio Aurunculeyo, Gneo Fulvio, Lucio Emi- lio, Publio Junio y Gayo Atinio Labeón.
8 En el lado occidental de la península.
83 Quíos, en el centro de la costa este de la ista homónima, 34 Situada a pocos Km. de Elea, al este.
85 Para el año 190.
LIBRO XXXVII
SINOPSIS
Año 190 a. C. Roma: provincias y ejércitos, prodigios, partida de los cónsu-
les (1 - 4, 5). :
Oriente: movimientos, marcha por Macedonia y Tracia (4,
6 - 7.
Preparativos de Antíoco. Operaciones navales en el Heles- ponto (8 - 9). |
Batalla de Panormo. Derrota de los rodios (10 - 15).
Doble intento contra Pátara (16 - 17).
Asedio de Pérgamo (18 - 21).
Operaciones navales. Batalla de Sida (2 - 25).
Asedio de Nocio. Batalla de Mioneso (26 - 30).
Repliegue de Antíoco. Toma de Focea. Propuestas de paz (31 - 36).
Batalla de Magnesia (37 - 45, 3).
Negociaciones de paz (45, 4- 45, 21).
Roma: informes, colonias, elecciones (46 - 47).
Año 189 a. C,.
Rumores, embajada etolia, asignación de mandos (48 - 51). Intervenciones en el senado sobre la nueva situación de Asia ($2 - 56).
76 HISTORIA DE ROMA
Noficias de Liguria y de Hispania. Elección de censores. Triunfos (57 - 59). Oriente: operaciones navales en Creta y Tracia (60).
] Siendo ya cónsules Lucio Cornelio Es-
Roma: cipión y Gayo Lelio, la primera cuestión provincias : p
y ejércitos, Ue trató el senado, después de los actos
prodigios, religiosos, fue la de los etolios. Sus en- partida de los viados insistieron, porque tenian un pe- cónsules ; , ríodo de tregua corto, y además los apo- yó Tito Quincio, que había regresado de Grecia a Roma. 2 Los etolios, como basaban sus esperanzas más en la cle- mencia del senado que en la justicia de su causa, adopta- ron un tono de súplica, contrapesando con sus antiguos 3 servicios su mal comportamiento reciente. Pero mientras duró su presencia, los senadores los acosaron a preguntas desde todas partes tratando de arrancarles, más que res- puestas, el reconocimiento de sus culpas, y cuando se les 4 mandó salir de la curia ocasionaron un vivo debate. En su caso la cólera era más fuerte que la clemencia porque suscitaban la irritación no tanto por el hecho de ser enemi- gos sino por ser un pueblo irreductible e irreconciliable. s Después de varios días de discusión, al fin se tomó la decisión de no concederles ni negarles la paz. Se les ofreció una doble opción: atenerse a lo que el senado, a su entera libertad, decidiera sobre su caso, o entregar mil talentos 6 y tener los mismo amigos y los mismos enemigos. Cuando quisieron saber en qué aspectos se pondrían a merced del senado no se les dio una respuesta segura. Así, sin haber concluido la paz *, fueron despedidos-con órdenes de aban-
86 Cf. XXXIL 37, 5.
LIBRO XXXVII ll
donar Roma el mismo día e Italia en el término de quince días.
A continuación se inició el debate acerca de las pro- vincias de los cónsules. Los dos querían Grecia, Lelio tenía mucha influencia en el senado. Cuando el senado dispuso que los cónsules llegaran a un acuerdo entre ellos o echa- ran a suertes las provincias, él manifestó que obrarían con mejor criterio confiando la cuestión a la decisión de los senadores en vez de a la suerte. Escipión, después de res- ponder, ante esto, que pensaría lo que debía hacer, habló con su hermano a solas, y como éste le aconsejó que con- fiara en el senado sin miedo, comunicó a su colega que haría lo que él proponía. El sistema propuesto era nove- doso, o al menos los precedentes eran tan antiguos que había desaparecido ya su recuerdo, y despertó el interés del senado ante la perspectiva de una confrontación; en- tonces Publio Escipión Africano declaró que si decidían que Grecia fuese la provincia de su hermano Lucio Esci- pión, él lo acompañaría como legado. Estas palabras, acogidas con grandes muestras de aprobación, zanjaron la discusión; había curiosidad por comprobar quién represen- taba un apoyo mayor, si el vencido Aníbal para el rey An- tíoco, o su vencedor el Africano para el cónsul y las legio- nes romanas; y casi por unanimidad asignaron Grecía a Escipión, y a Lelio Italia.
A continuación sortearon sus provincias los pretores. Le correspondió a Lucio Aurunculeyo la pretura urbana, a Gneo Fulvio la peregrina, a Lucio Emilio Regilo la flota, a Publio Junio Bruto la Toscana, Apulia y el Brucio a Marco Tucio, y Sicilia a Gayo Atinio. Luego, el cónsul al que había sido asignada la provincia de Grecia recibió, como complemento para el ejército que le entregaría Ma- nio Acilio —formado por dos legiones—, tres mil soldados
no
a
te
0
78 HISTORIA DE ROMA
de infantería y cien de caballería de ciudadanía romana, 3 y aliados latinos cinco mil de a pie y doscientos de a caba- . llo, con la disposición adicional de que, tras su llegada a la provincia, si lo estimaba conforme a los intereses del 4 Estado, trasladase el ejército a Asia. Al otro cónsul le fue asignado un ejército enteramente nuevo compuesto por dos legiones romanas y quince mil latinos de infantería y s seiscientos de caballería. Quinto Minucio, como había escrito diciendo que su misión estaba ya cumplida y que toda la nación lígur se había sometido, recibió instruccio- nes de trasladar su ejército del territorio de los lígures al de los boyos y entregárselo al procónsul Publio Cornelio *”, que estaba tratando de hacer salir a los boyos del territorio é que les había confiscado. Las dos legiones urbanas alis- tadas el año anterior fueron asignadas al pretor Marco Tu- cio, con quince mil soldados de infantería y seiscientos de caballería aliados y latinos, para controlar Apulia y el Bru- 7 cio. Aulo Cornelio $, el pretor del año anterior, que había estado ocupando el Brucio con su ejército, recibió orden de trasladar sus legiones a Etolia, si el cónsul así lo estimaba, y entregárselas a Manio Acilio en caso de que 8 Éste quisiera quedarse allí; si Acilio prefería volver a Roma, se quedaría Aulo Cornelio en Etolia con aquel ejército. Se decidió que Gayo Atinio Labeón recibiera de Marco Emilio la provincia de Sicilia y el ejército, y que, si quería, reclutara en la propia provincia un complemento de dos 9 mil soldados de a pie y cien de a caballo. Publio Junio Bruto, para la Toscana, enrolaría un ejército nuevo: una legión romana y diez mil aliados y latinos, así como cua-
$7 Escipión Nasica. ? 8 Cornelio Mámula. Quedará en Etolia como propretor y Acilio vol- verá a Roma para solicitar el triunfo.
LIBRO XXXVI 79
trocientos jinetes. Lucio Emilio, que tenía a su cargo el mar, recibió instrucciones de que el pretor del año ante- rior, Marco Junio, le entregase veinte navíos de guerra con su marinería; él personalmente enrolaría mil soldados de marina y dos mil de infantería; con estas naves y estos soldados zarparía para Asia y se haría cargo de la flota de Gayo Livio. A los que tenían el mando en las dos Hispanias %* y Cerdeña les fue prorrogado por un año y asignados los mismos ejércitos. Tanto a Sicilia como a Cerdeña se les exigieron dos diezmos de trigo igual que el año anterior; se dispuso que todo el trigo de Sicilia fuese transportado a Etolia para el ejército, y el procedente de Cerdeña, una parte a Roma y otra a Etolia al mismo desti- no que el de Sicilia.
10
11
Antes de que partieran los cónsules para sus provin- 3
cias se acordó expiar los prodigios por medio de los pontí-
fices. En Roma, el templo de Juno Lucina había sido 2
alcanzado por el fuego del cielo resultando dañados el fron- tón y las hojas de la puerta. En Putéolos, muchos tramos de la muralla y una de las puertas habían sido golpeados por el rayo, y dos personas habían resultado muertas. En Nursia %, estaba constatado que estando el cielo sereno se había producido un aguacero, y también allí habían pe- recido dos hombres libres. Los tusculanos anunciaban que en sus país había llovido tierra, y los retinos, que en su territorio había parido una mula. Se expiaron estos pro- digios, y se reiniciaron las Ferias Latinas porque no se les había dado a los laurentes ?* la carne que deben recibir.
82 Gayo Flaminio en la Citerior y Lucio Emilio Paulo en la Ulterior. En Cerdeña, Lucio Opio Salinátor.
% Norcia hoy; en la Sabina.
21 De Lavinio. Véase VI 11, 15 n.
80 HISTORIA DE ROMA
s También se celebró, con motivo de los consiguientes te- mores religiosos, una rogativa a los dioses, a los que había que hacérsela según dictaminaron los decénviros de acuer-
6 do con los Libros. Se hizo intervenir en este ceremonial
a diez jóvenes nacidos libres y a diez doncellas, todos ellos
con el padre y la madre vivos, y los decénviros hicieron
la ceremonia por la noche con víctimas lactantes. Publio
Cornelio Escipión Africano, antes de partir, levantó un ar-
co en el Capitolio frente a la calle de subida al mismo,
con siete estatuas y dos caballos dorados, y colocó dos fuentes de mármol delante del arco.
8 Por las mismas fechas, cuarenta y tres jefes etolios, entre los que se encontraban Damócrito y su hermano, fue- ron conducidos a Roma por dos cohortes enviadas por Ma- nio Acilio y arrojados a las Lautumias. Después las cohor- tes recibieron orden del cónsul Lucio Cornelio de regresar al ejército.
9 Llegaron embajadores de los reyes de Egipto, Tolomeo y Cleopatra, para congratularse porque el cónsul Manio Aci- lio había expulsado de Grecia al rey Antíoco, y para animar
¡0 a pasar a Asia con un ejército: había un estado de pánico general tanto en Asia como en Siria, y los reyes de Egipto estarían dispuestos para aquello que el senado decidiera.
11 Se les dieron las gracias a los reyes, y se dieron instruccio- nes para que se hiciera un obsequio de cuatro mil ases a cada uno de los embajadores.
4 El cónsul Lucio Cornelio, una vez llevado a cabo lo que debía hacerse en Roma, hizo saber, delante de la asam- blea, que los soldados alistados por él como complemento más los que estaban en el Brucio con el pretor Aulo Cor- nelio debían concentrarse todos en Brundisio el día quince
2 de julio. También nombró tres legados, Sexto Digicio, Lucio Apustio y Gayo Fabricio Luscino, para que se hicie-
-l
LIBRO XXXVH 81
ran cargo de las naves de todos los puntos de la costa y las reunieran en Brundisio;, y una vez hechos todos los pre- parativos salió de la ciudad en uniforme de campaña. - Cerca de cinco mil voluntarios, romanos y aliados, que habían cumplido su servicio a las armas con Publio Afri- cano como general, se presentaron al cónsul cuando partía y se reengancharon. Por aquellos días en que partió el cónsul para el frente, durante los Juegos Apolinares ”, el once de julio, estando el cielo sereno se hizo la oscuridad en pleno día al pasar la luna delante del disco solar. También partió al mismo tiempo Lucio Emilio Regilo, al que había correspondido el mando de la armada. Lucio Aurunculeyo recibió del senado el encargo de construir trein- ta quinquerremes y veinte trirremes, porque corría el ru- mor de que Antíoco, después de la batalla naval, estaba preparando de nuevo una flota bastante más considerable. DN Los etolios, cuando a la vuelta de Ro-
pa Ped os, Ma sus emisarios informaron de que no marcha por había ninguna esperanza de paz, aunque Macedonia y los aqueos-habían devastado toda la cos- saca ta que da al Peloponeso, pensaron más
en el peligro que en los daños y ocuparon el monte Córace para cortar el paso a los romanos, pues no dudaban de que volverían al comienzo de la primavera para atacar Nau- pacto. Acilio, como sabía que era eso lo que se esperaba, consideró preferible dar un golpe inesperado y atacar La- mia, pues Filipo había llevado a sus habitantes al borde de la aniquilación y además ahora se podía caer sobre ellos por sorpresa precisamente porque no temían nada pareci-
2 Instituidos en el año 212 (XXV 12, 8 ss.), repetidos en el año 211 y en años siguientes (XXXVI 23, 3), y establecidos en fecha fija en el año 208. Más adelante pasaron a durar ocho días, del seis al trece de julio.
un
00
82 HISTORIA DE ROMA
10 do. Partiendo de Elacia, primero acampó en territorio enemigo en las cercanías del río Esperqueo; luego se puso en movimiento por la noche, y al amanecer rodeó las mu- rallas y atacó. |
5 Fue grande el pánico y la confusión, por tratarse de una situación imprevista. Mostrando, sin embargo, mayor entereza de la que cabía esperar ante un peligro tan repen- tino, los hombres combatían defendiendo y las mujeres lle- vaban a las murallas toda clase de armas arrojadizas y piedras, y aquel día aseguraron la defensa de la ciudad a pesar de que ya se habían aplicado escalas en muchos
2 puntos. Acilio, después de dar la señal de retirada, llevó a sus hombres de vuelta al campamento a eso del medio día. Entonces, una vez que repusieron fuerzas con la comi- da y el descanso, antes de despedir al pretorio, hizo saber que debían estar preparados y armados antes del alba, que ya no los traería de vuelta al campamento hasta haber asal-
3 tado la ciudad. Atacó por muchos puntos a la misma hora que el día anterior, y como los habitantes de la plaza andaban ya faltos de fuerzas, de proyectiles, y sobre todo de moral, en cosa de pocas horas tomó la ciudad. Puso en venta una parte del botín y repartió el resto, y después celebró consejo para decidir qué hacer a continuación.
4 Nadie se pronunció a favor de marchar sobre Naupacto, al estar ocupado por los etolios el desfiladero del Córace. No obstante, para evitar la inactividad durante el verano y evitar que, debido a las propias vacilaciones, los etolios tuvieran igualmente la paz que no habían conseguido del senado, Acilio decidió atacar Anfisa ”. Hasta allí fue con-
s ducido el ejército desde Heraclea cruzando el Eta. Esta- bleció el campamento cerca de las murallas, pero no inten-
23 A unos 12 Km. al noroeste de Delfos.
LIBRO XXXVI 83
tó el ataque rodeándolas de hombres como en el caso de Lamia, sino a base de obras de asedio. Se aplicaba el arie- te en muchos puntos a la vez, y a pesar de ser batidos los muros, los habitantes no intentaban preparar o imagi- nar algo contra semejante dispositivo. Cifraban toda su esperanza en las armas y la audacia; a base de salidas fre- cuentes inquietaban los puestos enemigos y especialmente a los hombres que estaban en torno a las obras y las má- quinas. -
Sin embargo el muro había sido derribado en muchos puntos cuando llegó la noticia de que su sucesor había des- embarcado las tropas en Apolonia y marchaba a través del Epiro y Tesalia. Venía el cónsul con trece mil hombres de infantería y quinientos de caballería. Había llegado ya al golfo Malíaco; envió por delante emisarios a Hipata pa- ra instar a sus habitantes a que rindieran la ciudad, y ante su respuesta de que no harían nada sin una decisión de toda la comunidad etolia, para evitar que el asedio de Hí- pata lo entretuviera cuando Anfisa aún no había sido re- conquistada, envió por delante a su hermano el Africano y él avanzó hacia Anfisa, A su llegada, los habitantes abandonaron la ciudad — pues gran parte de la misma es- taba ya desguarnecida de muralla— y todos ellos, los que portaban armas y los que no, se retiraron a la ciudadela, que consideraban inexpugnable.
El cónsul instaló el campamento a unas seis millas de distancia. Aliá fueron unos embajadores atenienses, prl- mero al encuentro de Publio Escipión, que se había ade- lantado a la columna como queda dicho, y después al del cónsul, para mediar en favor de los etolios. Recibieron una respuesta más comprensiva del Africano, que buscaba una excusa honrosa para dejar la guerra etolia, con las miras puestas en Asia y en el rey Antíoco, y había pedido
3
5
84 HISTORIA DE ROMA
a los atenienses que trataran de convencer también a los etolios, no sólo a los romanos, de que era preferible la 6 paz a la guerra. Enseguida, gracias a las presiones de los atenienses, llegó una numerosa diputación etolia proce- dente de Hípata, y sus esperanzas de paz se incrementaron tras una entrevista con el Africano, al que se dirigieron en primera instancia; éste les recordó que se habían puesto bajo su protección muchas razas y pueblos, primero en Hispania y después en África, y que en todos ellos había dejado mayores testimonios de su clemencia y bondad que de su valor militar. Cuando parecía que la cuestión estaba resuelta, el cónsul, al que fueron a ver, les dio la misma respuesta con la que habían sido despedidos del senado. Afectados por ella como si recibieran un nuevo golpe —pues veían que no había servido de nada ni la embajada de los atenienses ni la tranquilizadora respuesta del Afri- cano—, los etolios dijeron que querían consultar con los suyos. | 7 Luego regresaron a Hípata, y no se veía qué decisión adoptar, pues no había de dónde sacar mil talentos para pagar, y si se entregaban a discreción, temian ser objeto 2 de malos tratos físicos. Dispusieron, pues, que volvieran los mismos emisarios a presentarse al cónsul y al Africano y les pidieran que, si de verdad querían conceder la paz y no sólo hacer amagos frustrando las esperanzas de unos desdichados, rebajaran la suma de dinero u ordenaran que la rendición incondicional no afectase a las personas de 3 los ciudadanos. No se consiguió que:el cónsul cambiara en nada, y también esta embajada se despidió sin resulta- 4 do. Detrás fueron a su vez los atenienses, y el jefe de su embajada, Equedemo, devolvió la esperanza a los etolios, que estaban cansados de tantas negativas y deploraban con inútiles lamentaciones la suerte de su pueblo, al proponer-
e]
LIBRO XXXVI 85
les que solicitaran una tregua de seis meses que hiciera po- sible el envío de embajadores a Roma; un aplazamiento no empeoraría los males presentes, puesto que habían lle- gado al límite, y poniendo tiempo por medio podían ocu- rrir muchas circunstancias que paliasen la calamitosa situa- ción del momento. A propuesta de Equedemo se envió a las mismas personas; se reunieron primero con Publio Es- cipión, y por mediación suya consiguieron del cónsul una tregua de la duración que pedían. Levantado el asedio de Anfisa, Manio Acilio dejó la provincia después de entregar el ejército al cónsul; éste, desde Anfisa, se dirigió de nuevo a Tesalia con intención de marchar hasta Asia atravesando Macedonia y Tracia.
Entonces el Africano dijo a su hermano: «Yo también estoy de acuerdo con la marcha que emprendes, Lucio Es- cipión. Pero depende por entero de la voluntad de Filipo; si éste es fiel a nuestro imperio nos facilitará el paso, los víveres, y todo lo que sostiene y ayuda a los ejércitos en una marcha larga; si él no nos asiste, nunca tendrás seguri- dad bastante atravesando Tracia. Conviene, por consiguien- te, sondear primero la disposición de ánimo del rey, La mejor manera de sondearla será enviar a alguien para que lo coja de improviso». Se eligió para ese cometido a Tiberio Sempronio Graco ”, el más emprendedor, con mu- cho, de los jóvenes de entonces; con caballos de relevo, a una velocidad increíble, saliendo de Anfisa —pues fue enviado desde allí--— llegó a Pela al tercer día. El rey estaba en un banquete, y se había cargado mucho de vino; precisamente ese estado de relajamiento disipó la sospecha de que intentara alguna maquinación. De momento, el
% El padre de los Gracos. 2% La capital de Macedonia.
LA
«
Pu
0
reo
l
cad.
2
13
86 HISTORIA DE ROMA
huésped fue objeto de una acogida francamente amistosa, y al siguiente día vio preparadas para el ejército provisio- nes abundantes, construidos sobre los ríos los puentes, y arreglados los caminos por donde era difícil el paso. 14 Cuando volvía con estas noticias con la misma celeridad que a la ida, se encontró con el cónsul en Táumacos. Satis- -_fecho el ejército, con más firmes y mayores esperanzas, llegó de allí a Macedonia, donde estaba todo preparado. 15 El rey recibió y escoltó con regia magnificencia a los que llegaban. Se vio que tenía una gran preparación y buenas maneras, cualidades muy apreciadas por el Africano, un hombre que así como destacaba en lo demás, tampoco es- taba reñido con la cortesía, siempre que no redundara en 16 extravagancia. Desde allí, Filipo los acompañó a través no sólo de Macedonia sino de Tracia y lo tuvo todo a punto, hasta que llegaron al Helesponto. 8 Antíoco, como después de la batalla ista de naval de Córico % había tenido libre to- Operaciones lO el invierno para prepararse por tierra navales y por mar; había dedicado especial aten- en el Helesponto ¿sn al carenado de la flota, para no 2 verse privado por completo del control del mar. Pensaba en que había sido derrotado sin que estuviera presente la flota rodia, y si ésta también participaba en un combate —-y no iban a incurrir los rodios en el error de un nuevo retraso—, él iba a necesitar un gran número de navíos pa- ra igualar el poderío y la magnitud de la flota enemiga. : Por esa razón había enviado a Anibal a Siria a buscar naves fenicias, y además dio instrucciones a Polixénidas para que, si grande había sido el fracaso sufrido, mayor fuera su empeño en la reparación de las naves que queda-
uy
96 Cf, XXXVI 43 ss,
LIBRO XXXVH 87
ban y la preparación de otras nuevas. Él pasó el invierno en Frigia reuniendo tropas auxiliares de todas las proce- dencias. Incluso mandó emisarios a Galogrecia ”, cuyos habitantes eran en aquella época bastante belicosos al con- servar aún su bravura gálica y no haber perdido el carácter de su raza. En Eólide había dejado a su hijo Seleuco con un ejército para contener a las ciudades de la costa, incita- das a la sublevación de una parte por Éumenes, desde Pér- gamo, y de otra por los romanos, desde Focea y Eritras. La flota romana, como ya se ha dicho, invernaba en Canas, donde se presentó el rey Éumenes a mediados del invierno con dos mil soldados de infantería y quinientos de caballería. Dijo que se podía sacar un gran botín del territorio enemigo de las cercanías de Tiatira W, y a base de insistir convenció a Livio para que enviara con él cinco mil hombres. La expedición volvió a los pocos días con un enorme botín.
Entretanto, estalló un motín en Focea, pues algunos trataban de ganar para Antíoco la adhesión de las masas. Era una carga el acuartelamiento invernal de la flota, era una carga el tributo, porque se les habían exigido quinten- tas togas y quinientas túnicas, agravado todo ello por la falta de trigo, debido a la cual tuvieron que marcharse las naves y la guarnición romana. Entonces se vio realmente libre de temor la facción que tiraba de la plebe hacia An- tíoco en las asambleas públicas. El senado y la aristocracia sostenían que se debía permanecer en la alianza de Roma, pero los promotores de la ruptura tuvieron más influencia en la masa. Los rodios, cuanto menor había sido su activi-
2 En XXXVII 16-17 hay otras referencias al carácter de los galo- griegos o gálatas. % Población de Lidia (hoy Akhisar) de situación estratégica.
á4
5
6
9
2
uy
un
88 HISTORIA DE ROMA
dad durante el verano anterior, más prisa se dieron en el equinoccio de primavera en enviar al mismo Pausistrato, 6 almirante de la flota, treinta y seis navíos. Livio, con treinta naves suyas y siete cuatrirremes que había traído consigo el rey Éumenes, iba ya rumbo al Helesponto desde Canas para preparar lo necesario con vistas al paso del 7 ejército, que suponía llegaría por tierra. Primeramente enfiló con su flota el puerto llamado de los Aqueos ”; desde allí subió a lio *%, y después de ofrecer un sacrifi- cio en honor de Minerva escuchó amistosamente a las em- bajadas venidas de los países del contorno, desde Eleunte, Dárdano *% y Reteo *% para poner sus ciudades bajo su 8 protección. Luego navegó hacia la entrada del Helesponto, dejó diez naves fondeadas enfrente de Abidos, y con el 9 resto de la flota cruzó a Europa para atacar Sestos. Estaban llegando ya al pie de la muralla los soldados cuando de pronto salieron a su encuentro delante de la puerta unos místicos ' galos con vestimenta de ceremonia. Dijeron que venían por inspiración de la madre de los dioses, como servidores de la diosa, para suplicar a los romanos que 10 preservasen las murallas y la ciudad. Ninguno de ellos fue objeto de violencia. Al poco salieron a entregar la ciu- 11 dad el senado en pleno y los magistrados. Luego, la flota
22 Es el puerto de Troya, a unos 4 Km: de la ciudad.
190 La Troya VII de los arqueólogos (la homérica sería la Vila) fue fundada en torno al 700. En el siglo rv (Troya IX) cobró relativa impor- tancia por obra de Alejandro. Roma, que la acogió bajo su protección en el año 190, la destruyó en el 85 a. C.
101 Al sur de Abidos, a unos 16 Km.
102 A] noreste de Troya, con la que había formado una antigua con- federación junto con Dárdano y Eleunte.
19% Eanatici, el término latino. Véase, infra, XXXVIH 18, 9, y XXXIX 13, 12,
LIBRO XXXVII 89
hizo la travesía hasta Abidos, donde se establecieron con- tactos para sondear la disposición de ánimo de los habi- tantes, y como no se recibió respuesta alguna de paz, se preparaban para el asedio. Mientras se desarrollaban en el Heles- 10 Batalla ponto estas operaciones, Polixénidas, el de Panormo. prefecto del rey —en realidad era un Derrota en A , de los rodios *Xiliado rodio—, enterado de que había salido de su país una flota de sus com- patriotas y que el almirante Pausíistrato había hecho públi- camente unas referencias arrogantes y despectivas hacia su persona, sintió una especial rivalidad hacia él, y día y no- che pensaba únicamente en responder con hechos a sus ba- ladronadas. Le mandó un hombre al que también el otro conocia para decirle que él podría prestar un gran servicio a Pausistrato y a su patria, si se lo permitían, y que Pau- sistrato, por su parte, podía reintegrarlo a él a su patria. Pausíistrato, sorprendido, preguntó cómo era posible tal 4 cosa, y cuando así se le pidió asumió el compromiso de colaborar en la operación o de guardar silencio sobre ella, Entonces el emisario dijo que Polixénidas le entregaría la flota real entera o la mayor parte de la misma; que, como precio por tan importante servicio, ponía únicamente su vuelta a la patria. La trascendencia del asunto hizo que 6 ni creyera ni desdeñara lo que había oído. Zarpó rumbo a Panormo *%, en tierra de Samos, y allí se detuvo para examinar el ofrecimiento que se le había hecho. Los men- 7 sajeros iban y venían, y Pausístrato no quedó convencido hasta que Polixénidas, en presencia de un emisario suyo, escribió de su mano que haría lo que había prometido y
N
uy
un
104 Hay opiniones diversas sobre su localización. Probablemente, Ja bahía de Vathi.
90 HISTORIA DE ROMA
g mandó las tablillas en las que iba impreso su sello. Pensó que el traidor, con este aval auténtico, quedaba compro- metido con él, pues el súbdito de un rey no habría incurri- do en el error de proporcionar pruebas contra sí mismo
9 garantizadas por su propia mano. A partir de ahí se diseñó el plan de la falsa traición: Polixénidas decía que no haría ningún preparativo; no tendría el número suficiente de re-
10 meros ni marinos para la flota; sacaría a tierra algunas naves con el pretexto de repararlas, y otras las repartiría por los puertos cercanos, y sólo mantendría unas pocas en el agua delante del puerto de Éfeso para enfrentarlas
1 en combate si la situación exigía que salieran. Este mismo desentendimiento que, según le dijeron, iba a mostrar Po- lixénidas con su flota lo mostró el propio Pausistrato des- de el primer momento; envió una parte de las naves a bus- car suministros a Halicarnaso y otra parte a la ciudad de Samos *%, y él permaneció en Panormo a fin de estar pre- parado cuando recibiera del traidor la señal de ataque.
12 Polixénidas lo reafirmaba en su equivocada idea a base de falsos indicios: sacó al dique seco algunas naves, puso a punto los astilleros como si tuviera intención de sacar más, llamó a sus remeros de los cuarteles de invierno no para que fueran a Éfeso sino para reunirlos en secreto en Magnesia *%.
1 Piola coincidencia de que un soldado de Antíoco que había acudido a Samos para un asunto personal fue apre- sado como espía y conducido a Panormo a presencia del
2 prefecto. Al preguntarle cómo iban las cosas por Éfeso, no se sabe con certeza si por miedo o porque no era del todo
3 leal hacia los suyos lo descubrió todo: la flota estaba en
105 En la parte sur de la isla. 106 Magnesia del Meandro.
LIBRO XXXVII 91
el puerto equipada y a punto; los remeros habían sido en- viados a Magnesia todos ellos; eran muy pocas las naves que se habían sacado a tierra, y se estaba quitando la cu- bierta a los astilleros; nunca se había puesto tanto empeño en atender a lo referente a la flota. Si no se dio por verdaderas estas informaciones fue debido a que el error y las falsas espéranzas se habían adueñado de su mente. Cuando todo estuvo suficientemente preparado, Polixéni- das hizo venir de Magnesia a los remeros por la noche, y después de botar a toda prisa las naves que se habían sacado a tierra dejó que transcurriera el día, no tanto para prepararse sino más bien porque no quería que se viera la salida de la flota; zarpó después de la puesta del sol con setenta naves cubiertas, con viento de proa, y recaló antes del alba en el puerto de Pigela *”. Esperó allí sin moverse durante el día, por la misma razón, y por la no- che hizo la travesía hasta tocar tierra de Samos en el punto más próximo. Dio instrucciones a un tal Nicandro, capi- tán de piratas, para que se dirigiera de allí a Palinuro **% con cinco naves cubiertas y que luego condujera a los hom- bres por el camino más corto a través de los campos en dirección a Panormo, a la retaguardia del enemigo, y él mientras tanto se dirigió a Panormo dividiendo la flota para que ocupara la entrada del puerto por los dos lados. Al principio Pausístrato quedó un tanto desconcertado, pues era una maniobra que no había previsto; luego, como soldado veterano que era, se repuso enseguida, y, conven- cido de que se podía mantener a raya al enemigo más fá- cilmente por tierra que por mar, condujo a sus hombres en dos columnas hasta los promontorios que forman el
107 Al suroeste de Éfeso, a unos 10 Km. 102 No hay otras referencias que permitan precisar más su localización.
«]
92 HISTORIA DE ROMA
puerto proyectándose como cuernos por el lado del mar; contaba con alejar fácilmente desde allí al enemigo con tiros cruzados. La aparición de Nicandro por el lado de tierra desbarató esta táctica suya, y cambiando bruscamen- 9 te de planes ordenó que embarcase todo el mundo. Pero entonces se produjo una gran confusión tanto entre los soldados como entre la marinería, y se inició una especie de huida hacia las naves, al verse rodeados por mar y por 10 tierra al mismo tiempo. Pausístrato consideró que la única vía de salvación era la posibilidad de forzar el paso a tra- vés de la entrada del puerto y salir a mar abierto; cuando vio que habían embarcado sus hombres ordenó a los de- más que le siguieran y marchando en cabeza, con su nave lanzada a fuerza de remos, se dirigió a la bocana del puer- 11 to. Cuando estaba ya rebasando la entrada, Polixénidas rodeó su nave con tres quinquerremes. Golpeada por los espolones, la nave se hunde; sus defensores son acribilla- dos con venablos, y entre ellos sucumbe también Pausís- 12 trato combatiendo con bravura. Las naves restantes fueron capturadas unas fuera y otras dentro del puerto, y algunas fueron apresadas por Nicandro cuando trataban de alejar- 13 se de tierra; solamente cinco naves rodias y dos de Cos escaparon abriéndose paso entre el apelotonamiento de em- barcaciones gracias al pánico provocado con llamas relu- cientes, pues llevaban delante gran cantidad de fuego en recipientes de hierro que pendían de dos pértigas sobresa- ¡4 lientes por proa. No lejos de Samos, unas trirremes de Eritrea se encontraron con las naves rodias que venían a escoltar, y como éstas ¡ban huyendo, viraron poniendo rum- is bo al Helesponto, al encuentro de los romanos. Por la misma época, Seleuco recuperó Focea, entregada a trai- ción al dejar abierta la guardia una de las puertas; y Ci-
LIBRO XXXVII 93
me 1% y otras ciudades de la misma costa se pasaron a él por miedo.
Mientras ocurrían en HEólide estos acontecimientos, Abidos había soportado el asedio durante bastantes días gracias a que defendía las murallas una guarnición del rey. Como estaban ya todos agotados, y contando además con el consentimiento de Filotas, comandante de la guarnición, sus magistrados negociaban con Livio las condiciones de entrega de la ciudad. La negociación estaba estancada por- que no se acababa de llegar a un acuerdo sobre si se deja- ba marchar con armas o sin ellas a los soldados del rey. Cuando discutían este punto llegó la' noticia de la derrota de los rodios, y el asunto se les fue de las manos; Livio, en efecto, tuvo miedo de que Polixénidas, crecido por el éxito de una acción tan importante, cayera por sorpresa sobre la flota que se encontraba en Canas, abandonó in- mediatamente el asedio de Abidos y la vigilancia del Heles- ponto y echó al agua las naves que habían sido sacadas a tierra; Éumenes, por su parte, llegó a Elea. Livio se dirigió a Focea con toda la flota, a la que había incorpora- do dos trirremes mitilenas. Informado de que estaba ocu- pada la ciudad por una fuerte guarnición real y que no quedaba lejos el campamento de Seleuco, saqueó la costa, embarcó a toda prisa el botín -——prisioneros, sobre todo—, esperó únicamente hasta que Éumenes le diera alcance con su flota y se dirigió a Samos a toda velocidad. En Rodas, la primera reacción que provocó la noticia del desastre fue de pánico y profundo pesar al mismo tiempo, pues aparte de la pérdida de naves y de hombres, habían perdido la flor y nata de su juventud; muchos nobles habían seguido a Pausístrato impulsados, entre otras razones, por el gran-
109 Situada al noreste de Focea.
N
HÁh 1»
Lu
N
—]
a .]
94 HISTORIA DE ROMA
de y justificado prestigio que éste tenía entre los suyos. Después, el hecho de haber sido cogidos a traición, y pre- cisamente por un compatriota suyo, transformó el pesar
9 en rabia. Inmediatamente enviaron diez navíos, y otros diez pocos días más tarde, todos ellos al mando de Euda- mo; estaban convencidos de que sería un jefe no compara- ble, en absoluto, con Pausistrato en otras virtudes guerre- ras, pero sí más precavido, puesto que era menos impetuoso.
10 Los romanos y Éumenes primeramente pusieron la flota rumbo a Eritrea. Se detuvieron allí sólo una noche, y al
1 día siguiente llegaron al promontorio de Córico. Como desde allí querían cruzar a la costa de Samos más cercana, no esperaron a que saliera el sol, que permitiría a los piio- tos conocer el estado del cielo, y soltaron amarras en unas
12 condiciones atmosféricas inciertas. A mitad de la travesía el viento nordeste cambió a norte, y el mar, agitado por el oleaje, comenzó a zarandearlos.
1 Polixénidas supuso que los enemigos se dirigirían a Samos para unirse a la flota rodia, y saliendo de Éfeso se detuvo primeramente en Mioneso **?. Desde allí cruzó a la isla llamada Macris para atacar en el momento opor- tuno cualquier nave que al paso de la flota perdiera el rum-
2 bo o la cola del convoy. Cuando vio la flota dispersada por el temporal, en un principio pensó que era el momento de atacar, pero poco después, al arreciar el viento y levan-
3 tar olas más altas, viendo que no podía llegar hasta ellos, cruzó hacia la isla de Etalia ***, para desde allí atacar al día siguiente a las naves cuando se dirigieran a Samos des-
110 Es el nombre de un cabo (Doganbey) y también de una ciudad cuyo puerto estaba a muy corta distancia de la isla de Macris (Doganbey A dasi).
MI ¿Isla de San Nicolás, en la bahía de Vathi?
LIBRO XXXVII 95
de alta mar. Un reducido número de romanos alcanzó al 4
anochecer un puerto desierto de Samos, y el resto de la flota, zarandeada durante toda la noche en alta mar, fue abordando al mismo puerto. A través de unos campesinos, se enteraron allí de que las naves enemigas estaban fondea- das cerca de Etalia, y se celebró consejo para decidir si se atacaba inmediatamente o se esperaba a la flota rodia. Aplazada la acción, pues eso fue lo que se decidió, cruza- ron a Córico, de donde habían partido. Polixénidas, por su parte, después de esperar en vano retornó a Éfeso. En- tonces las naves romanas, con el mar libre de enemigos,
pasaron a Samos. A los pocos días llegó también allí la 7
flota rodia. Para que quedara bien claro que la habían estado esperando, inmediatamente zarparon hacia Éfeso con intención de librar una batalla naval o hacer que el enemi- go, si rehusaba el combate, reconociera su miedo, cuestión de la mayor importancia por sus efectos en la actitud de
las ciudades. Tomaron. posiciones formando las naves de s8
proa hacia la entrada del puerto. Como nadie salía a ha- cerles frente, dividieron la flota; una parte quedó anclada en el mar a la salida del puerto, y la otra desembarcó sus
tropas. Cuando éstas se llevaban un botín muy cuantioso 9
después de devastar a lo largo y ancho el territorio, en el momento en que estaban ya cerca de las murallas hizo una salida contra ellos el macedonio Andronico, que esta- ba de guarnición en Éfeso, les arrebató buena parte del botín y los obligó a volver hacia el mar, a las naves, Al día siguiente los romanos prepararon una emboscada aproximadamente a mitad del camino y marcharon en co- lumna hacia la ciudad para tratar de atraer al macedonio fuera de las murallas; luego, como la sospecha de algo pa- recido impidió que saliera nadie, regresaron a las naves. Dado que los enemigos rehuían el combate por tierra y
11
14
WN
uy
e
6
96 HISTORIA DE ROMA
por mar, la flota volvió de nuevo a Samos, de donde había venido. El pretor envió desde allí dos trirremes aliadas procedentes de Italia y otras dos rodias, al mando de Epicrates de Rodas, para proteger el estrecho de Cefala- nía, pues estaba infestado por las piraterías del lacede- monio Hibristas y de la juventud de Cefalania, y en esos momentos el mar estaba cerrado para los convoyes de Italia.
En el Pireo, Epícrates se encontró con Lucio Emilio Regilo, que venía a tomar el relevo en el mando de la flo- ta. Informado éste de la derrota de los rodios, como sólo tenía dos quinquerremes se llevó a Asia con él a Epícrates con sus cuatro navíos, siguiéndolo también las naves des- cubiertas de los atenienses. Cruzó el mar Egeo hasta Quíos. Procedente de Samos, también llegó allí el rodio Timasí- crates, muy entrada la noche, con dos cuatrirremes; con- ducido ante Emilio, dijo que se le había enviado para ser- vir de escolta, porque las naves del rey hacían peligrosa para los barcos de transporte aquella zona de la costa con sus frecuentes incursiones desde el Helesponto y Abidos. Cuando Emilio hacía la travesía de Quíos a Samos se en- contró con dos cuatrirremes enviadas por Livio a su en- cuentro y con el rey Eumenes y dos quinquerremes. Tras la llegada a Samos, Emilio, una vez recibida de Livio la flota y ofrecido el sacrificio de costumbre, reunió el conse- jo. En él, Gayo Livio —pues fue él el primero a quien se le pidió su opinión— dijo que quien podía dar un con- sejo más fiable era aquel que aconsejase a otro lo que él personalmente estuviese dispuesto a hacer si estuviera en su lugar; él había tenido en mente el propósito de diri- girse a Éfeso con toda la flota, llevar las naves de trans- porte cargadas con mucho lastre y echarlas a pique a la entrada del puerto; este cierre requería tanto menos esfuer-
LIBRO XXXVvn 97
zo cuanto que la entrada del puerto era, como un río, alar- gada, estrecha y poco profunda; de esa forma privarían al enemigo del recurso del mar y harían inútil su flota.
Esta propuesta no le pareció bien a nadie. El rey Eumenes preguntó qué ocurriría al final cuando hubieran cerrado la entrada del mar con las naves hundidas, si, una vez libre la flota, iban a alejarse de allí para prestar ayuda a los aliados y meter miedo a los enemigos, o por el con- trario iban a bloquear el puerto con toda la flota. Porque si se alejaban, ¿quién ponía en duda que los enemigos reti- rarían los cascos hundidos y que abriría el puerto con menos trabajo con que fue obstruido? Y si, por el contrario, te- nían que seguir allí igualmente, ¿qué ventaja suponía ce- rrar el puerto? Todo lo contrario, los enemigos, disfrutando de un puerto segurísimo y de una ciudad llena de recursos, con Asia suministrándoles de todo, pasarían el verano tran- quilos; los romanos, expuestos al oleaje y el temporal en mar abierto, faltos de todo, estarían de guardia permanen- te, y más que tener encerrados a los enemigos, estarían ellos mismos sujetos e impedidos para poder hacer nada de lo que se tendría que hacer. Eudamo, almirante de la flota rodia, más que exponer lo que él opinaba que se de- bía hacer, mostró su desaprobación respecto a la propues- ta hecha. Epícrates de Rodas opinó que se debía enviar a Licia parte de las naves, desentendiéndose de Éfeso por el momento, e incorporar a la alianza a Pátara, la capital de la nación. Esto sería de gran utilidad en dos sentidos: los rodios, con la pacificación de los territorios situados frente a su isla, podían concentrar sus energías exclusiva- mente en la atención a la guerra contra Antíoco, y en segundo lugar se impediría que la flota que se estaba pre- parando en Cilicia tomara contacto con Polixénidas. Esta propuesta surtió el mayor efecto; se decidió, no obstante,
]
98 HISTORIA DE ROMA
que Regilo se trasladara a Éfeso con toda la flota para sembrar el pánico entre los enemigos. 16 Gayo Livio, con dos quinquerremes romanas, cuatro cuadrirremes y dos na- Doble intento yes de Esmirna descubiertas, fue enviado contra Pátara ÓN ; ; ER y a Licia con instrucciones de dirigirse prl- mero a Rodas y estudiar con los rodios 2 todos los planes. Las ciudades por donde fue pasando, Mileto, Mindo, Halicarnaso, Cnido y Cos, pusieron todo 3 el empeño en cumplir sus órdenes. A su llegada a Rodas dio cuenta del objeto de su misión y al mismo tiempo les pidió su opinión. Todos dieron su aprobación, y después de reforzar con tres cuadrirremes la flota que tenía zarpó 4 para Pátara. Al principio, un viento favorable los llevaba derechos hacia la ciudad, y esperaban suscitar algún movi- miento creando un pánico repentino. Después cambió la dirección del viento y el mar comenzó a arbolarse con olas confusas, aunque consiguieron llegar a tierra a fuerza de s remos, Pero no había ningún fondeadero seguro en las cercanías de la ciudad, y no podían detenerse en aguas abier- tas delante de la bocana del puerto, con la mar embraveci- 6 da y la noche al caer. Pasando de largo frente a las murallas se dirigieron al puerto de Fenicunte *?*?, situado a menos de dos millas de distancia de alli, seguro para 7 las naves contra la violencia del mar. Pero por encima de él se levantaban unos altos peñascos que los habitantes de la plaza ocuparon rápidamente llevando con ellos a los 8 soldados del rey que tenían como guarnición. Aunque el terreno era desfavorable y ofrecía dificultades para una re- tirada, Livio envió contra ellos a los auxiliares iseos y a
112 Distinto del Fenicunte de Eritras de XXXVI 45, 7, en la costa meridional de Licia.
LIBRO XXXVII 99
los jóvenes esmirneos de armamento ligero. Aguantaron 9 éstos la lucha mientras, al principio, más que de trabar combate se trataba de hostigar a pequeños grupos con pro- . yectiles y ligeras escaramuzas. Después iban afluyendo des- de la ciudad cada vez en mayor número, y cuando estaba ya fuera toda la población, Livio cogió miedo de que sus auxiliares fueran envueltos y se creara peligro para las naves incluso desde tierra. Entonces hizo que entraran en combate los soldados y también las tripulaciones, el tro- pel de remeros, con las armas arrojadizas que cada uno tenía a mano. Incluso entonces se mantuvo incierto el 12 resultado de la batalla, y en aquel desordenado combate
cayó Lucio Apustio, aparte de un buen número de solda-
dos. Finalmente, sin embargo, los licios fueron derro-
tados, puestos en fuga y repelidos hasta la ciudad, y
los romanos volvieron a las naves con una victoria que
costó sangre. Luego, partieron hacia el golfo de Telme- 13 so *%, que llega hasta Caria por un lado y hasta Licia por el otro, y renunciando a la idea de nuevas tentativas contra. Pátara, los rodios fueron mandados a casa. Livio, bor- deando la costa de Asia, hizo la travesía hasta Grécia con la intención de cruzar a Italia después de reunirse con los Escipiones, que entonces se encontraban en las proximida- “des de Tesalía.
Cuando Emilio tuvo conocimiento del cese de las ope- 17 raciones de Licia y de la partida de Livio hacia Italia, co- mo él mismo había sido alejado de Éfeso por el temporal
. y había vuelto a Samos sin conseguir su propósito, con- 2 sideró que era una deshonra el fracaso de la tentativa con- tra Pátara, y decidió partir hacia allí con toda la flota y atacar la ciudad con la mayor violencia. Dejando atrás 3
o
0
pue pra
premi
á
133 A] noroeste de Pátara.
100 HISTORIA DE ROMA
Mileto y el resto de la costa de los aliados, desembarcaron en la bahía de Bargilias *** en dirección a Jaso. La ciudad estaba ocupada por una guarnición del rey. Los romanos, actuando como enemigos, devastaron el territorio de los 4 alrededores. Después, Emilio mandó emisarios para son- dear, a través de conversaciones, las intenciones de los ciu- dadanos principales y de los magistrados, y cuando res- pondieron que nada estaba en su poder, condujo sus s tropas al asalto de la ciudad. Había entre los romanos unos exiliados de Jaso. Un buen número de ellos pidió insistentemente a los rodios que no dejaran sucumbir a una ciudad inocente con la que tenían relación de vecindad y parentesco; la única causa de su propio exilio era su fideli- 6 dad a los romanos; la misma opresión de las tropas del rey por la que ellos habían sido expulsados tenía sujetos a los que permanecían en la ciudad; todos los habitantes de Jaso tenían una sola obsesión: escapar del esclaviza- 7 miento al rey. Movidos por sus súplicas, los rodios, re- cabando también el apoyo del rey Éumenes, lograron que se desistiera del asalto a base de recordar los lazos que ellos tenían y de expresar, al mismo tiempo, su lástima por la situación de la ciudad sitiada por una guarnición g real. Partieron de allí, pues el resto de la región estaba pacificado, y bordeando la costa de Asia llegaron a Lori- 9 ma ?*, que es un puerto situado frente a Rodas. Allí, en las tiendas de oficiales, surgieron entre los tribunos mi- litares comentarios en un principio privados y que poste- riormente llegaron a oídos del propio Emilio; se decía que la flota había sido retirada de Éfeso, de su guerra, para
114 Entre Jaso y Bargilias. 115 Pistante de Rodas algo más de 30 km. según XLV 10, 4. Moderno Puerto Aplotheka.
LIBRO XXXVu 101
que el enemigo, al que se dejaba a la espalda con las ma- nos libres, pudiera hacer impunemente toda clase de inten- tos contra tantas ciudades aliadas de las cercanías. Estos comentarios hicieron efecto en Emilio; llamó a los rodios y les preguntó si podía estar fondeada toda la flota en el puerto de Pátara, y cuando le respondieron que no era posible, echando mano de esta excusa para renunciar a la
empresa, llevó las naves de vuelta a Samos. Por las mismas fechas, Seleuco, hijo de Antíoco, después de mantener su ejér- Ásedio cito en Etolia durante toda la estación in-
de Pérgamo
vernal, en parte prestando ayuda a los aliados y en parte saqueando a los que no podía atraer a su alianza, decidió invadir el reino de Éumenes mientras éste, lejos de su casa, atacaba con los romanos y los rodios la costa de Licia. Primero se acercó a Elea con su ejército dispuesto para el ataque; después - renunció a atacar la ciudad y tras saquear los campos sin cuartel marchó a atacar Pérgamo, capital y ciudadela del reino. Átalo comenzó por colocar avanzadas delante de la ciudad, lanzando ataques con la caballería y la infante- ría ligera, hostigaba, más que contenía, al enemigo. Final- mente, cuando se retiró murallas adentro tras comprobar, con las escaramuzas, que no estaba en igualdad de fuerzas -en ningún sentido, comenzó el asedio de la ciudad. Por la misma época, aproximadamente, también Antíoco par- tió de Apamea y estableció su base primero en Sardes '** y después junto al nacimiento del río Caico, no lejos del campamento de Seleuco, con un gran ejército mezcla de “ diferentes razas. Lo más temible eran cuatro mil galos mer- cenarios. Envió a estos hombres, añadiéndoles algunos
:6 Cuartel general de Antíoco. Capital administrativa del Asia Menor.
pta
0
102 HISTORIA DE ROMA
otros, a devastar indiscriminadamente el territorio de Pér- $ gamo. Cuando llegaron a Samos estas noticias, Éumenes, reclamada su presencia por la guerra de casa, se dirigió primero a Elea con su flota; luego, como había solda- dos de caballería y de infantería ligera disponibles, pro- tegido por ellos como escolta se dio prisa en llegar a Pér- gamo antes de que los enemigos se dieran cuenta e hicieran 9 algún movimiento. Allí comenzaron a producirse de nuevo ligeros encuentros con salidas rápidas, pues estaba claro que Éumenes rehuía un combate decisivo. Pocos días más tarde llegaron a Elea procedentes de Samos, para prestar
to ayuda al rey, las flotas romana y rodia. Cuando Antíoco - :
recibió la noticia de que éstas habían desembarcado sus tropas en Elea y que se habían concentrado tantas flotas en un solo puerto, y cuando al mismo tiempo se enteró de que el cónsul estaba ya en Macedonia con su ejército y se estaban realizando los preparativos necesarios para
11 cruzar el Helesponto, pensó que había llegado el momento de negociar la paz antes de verse presionado por tierra y mar simultáneamente, y ocupó una colina enfrente de Elea
12 para emplazar el campamento. Dejó allí todas sus tropas de infantería, y con la caballería —eran seis mil los jinetes— bajó al llano, al pie mismo de las murallas de Elea, des- pués de enviar un parlamentario a Emilio para decirle que quería negociar la paz.
19 Emilio hizo venir de Pérgamo a EÉumenes y celebró un consejo en el que participaron también los rodios. És- tos no desdeñaban la idea de la paz; Éumenes decía que no era honroso hablar de paz en aquellas circunstancias, ni era posible llegar a una conclusión en la negociación.
2 «En efecto —dijo— , ¿cómo vamos a aceptar sin deshonor, : encerrados y sitiados tras unas murallas, una especie de paz con condiciones? ¿Y quién dará por válida esa paz
LIBRO XXXVH 103
que habremos pactado sin el cónsul, sin la autorización del senado, sin el mandato del pueblo romano? Quisiera 3 saber, en efecto, si una vez concluida la paz en tu nombre, piensas volver inmediatamente a Italia y llevarte la flota y el ejército, o si piensas esperar a ver cuál es la decisión del cónsul sobre este particular, cuál el parecer del senado, y cuál el mandato del pueblo. Ocurrirá, por consiguiente, 4 que permanecerás en Asia, y que las tropas volverán de nuevo a los cuarteles de invierno, renunciando a la guerra, y dejarán exhaustos a los aliados de tanto suministrar pro- visiones; y después, si asi les parece a los que tienen poder de decisión, reemprenderemos de nuevo y desde el princi- s pio una guerra que, con la ayuda de los dioses, podemos terminar antes del invierno si el ritmo actual no se inte- rrumpe con algún aplazamiento.» Prevaleció este criterio, 6 y se respondió a Antíoco que no era posible tratar de la paz antes de la llegada del cónsul. Después de haber in- 7 tentado en vano la paz Antíoco devastó primero las tierras de Elea y después las de Pérgamo; dejó allí a su hijo Seleu- co, marchó como enemigo hacia Adramiteo **” y llegó a una rica tierra llamada llanura de Tebas, a la que dio fama el poema de Homero. En ningún otro sitio de Asia consi- 8 guieron un botín más rico los soldados del rey. A Adrami- teo llegaron también, para servir de guarnición a la ciu- dad, Emilio y Éumenes haciendo la travesía con las naves. Casualmente por aquellos mismos días abordaron a 20 Elea, procedentes de Acaya, mil soldados de a pie y cien de a caballo, teniendo Diófanes el mando de todas estas tropas; después de desembarcar fueron conducidos a Pér- gamo, por la noche, por unos emisarios mandados por Áta- lo a su encuentro. Eran todos veteranos con gran experien- 2
117 En la llanura que queda al sur del Ida.
104 HISTORIA DE ROMA
cia bélica, y discípulo su jefe de Filopemén, el más grande de todos los generales griegos de entonces. Se tomaron un par de días para el descanso de hombres y caballos y a la vez para hacer un reconocimiento de los puestos de guar- dia del enemigo, con los sitios y las horas en que salían 3 y se retiraban. Los soldados del rey se acercaban casi hasta el pie de la colina sobre la que se asienta la ciudad; de ese modo a su espalda se devastaba libremente, pues nadie salía de la ciudad ni siquiera para lanzar venablos desde 4 lejos sobre las avanzadas. Una vez que los habitantes se encerraron dentro de las murallas impulsados por el páni- co, surgió entre los soldados del rey el menosprecio hacia ellos y, como consecuencia, la despreocupación. Una gran s parte tenía los caballos sin sillas ni bridas; dejando a unos pocos con las armas y en sus puestos, los demás se habian dispersado diseminándose en todas direcciones por la llanura, unos dedicándose a entretenimientos y retozos juveniles, otros comiendo a la sombra, algunos incluso tum- 6 bándose a dormir. Al observar esto desde lo alto de la- ciudad de Pérgamo, Diófanes ordena a sus hombres que empuñen las armas y estén preparados junto a la puerta; él se va a ver a Átalo y le dice que tiene intención de hacer 7 un intento contra una avanzada enemiga. Átalo lo autori- “zó de mala gana, y es que se daba cuenta de que iba a pelear con cien jinetes contra seiscientos, y con mil solda- dos de a pie contra cuatro mil; él cruzó la puerta y se detuvo no lejos del puesto enemigo esperando una oportu- 8 nidad. Los de Pérgamo estaban convencidos de que se trataba de una locura más que de un golpe de audacia, y en cuanto a los enemigos, se fijaron en ellos unos instan- tes y al ver que no se realizaba movimiento alguno, tampo- co ellos cambiaron nada en su despreocupación habitual, añadiendo incluso burlas sobre lo reducido de su número.
LIBRO XXXVII 105
Diófanes mantuvo quietos a sus hombres durante algún tiempo como si les hubiera hecho salir únicamente para observar el espectáculo; cuando vio que los enemigos esta- ban lejos de sus puestos ordenó a la infantería que lo si- guiera todo lo deprisa que pudiera, él se puso a la cabeza de la caballería con su propio escuadrón y a rienda suelta cargó de improviso sobre el puesto enemigo después de lanzar el grito de guerra toda la infantería y la caballería al unisono. Se asustaron los hombres y también los caba- llos, que rompieron sus ataduras, y sembraron el descon- cierto y la confusión entre los suyos. Pocos caballos se mantenían quietos y tranquilos, y ni siquiera a éstos po- dían ensillarlos ni embridarlos ni montarlos sin dificulta- des, pues los aqueos provocaban mucho más pánico del - que correspondería al número de sus jinetes. Por su parte, los soldados de a pie, ordenados y preparados, atacaron a los que andaban dispersos y descuidados, y medio dor- midos o poco menos. La llanura fue escenario de la ma- tanza y la huida por todas partes. Diófanes persiguió a los que huían en desbandada mientras no corría riesgo, y regresó al abrigo de la ciudad tras conseguir una gran gloria para la nación aquea —pues tanto los hombres co- mo las mujeres habían estado observando desde las mura- llas de Pérgamo—.
Al día siguiente las avanzadas del rey, mejor organiza- das y ordenadas, se situaron quinientos pasos más lejos de la ciudad, y los aqueos salieron casi a la misma hora y hasta el mismo sitio. Durante muchas horas, ambos ban- dos se mantuvieron alerta a la espera del ataque como si fuera a producirse de un instante a otro. Llegado el mo- mento de volver al campamento, cerca de la puesta del sol, las tropas del rey reunieron las enseñas y comenzaron a retirarse en columna, en formación más de marcha que
9
Pa
0
a
¿
po
3
ad
4
21
2
106 HISTORIA DE ROMA
3 de combate. Mientras el enemigo estaba a la vista, Dió- fanes no se movió. Después cargó contra la retaguardia con el mismo ímpetu que el día anterior, y de nuevo pro- vocó tal pánico y desconcierto que, a pesar de los tajos que caían sobre sus espaldas, nadie se detuvo para luchar; despavoridos y guardando a duras penas el orden de la
4 columna, fueron rechazados hasta el campamento, Este golpe de audacia de los aqueos obligó a Seleuco a retirar su campamento del territorio de Pérgamo.
Cuando Antíoco se enteró de que habían llegado los romanos para defender Adramiteo, se mantuvo alejado de esta ciudad; saqueó los campos, y después tomó al asalto
5 Perea, colonia de Mitilene. Cotón, Corileno, Afrodisia y Prinne *** fueron tomadas al primer asalto, Después regre-
6 só a Sardes por Tiatira. Seleuco permanecía en la costa amenazando a unos y protegiendo a otros. La flota roma- na, junto con Éumenes y los rodios, se dirigió primero a Mitilene y luego retornó a Elea, su punto de partida.
7 Al dirigirse desde allí a Focea abordaron a una isla llama-
da Baquio, que domina la ciudad de los focenses; saquea-
ron como enemigos los templos y las estatuas que anterior- mente habían respetado —y la isla estaba magníficamente ornamentada—, y cruzaron hacia la propia ciudad. Se dis- tribuyeron los objetivos y la atacaron, y cuando parecía que era posible tomarla con armas y escalas sin trabajos
de asedio, entró en la ciudad un destacamento de tres mil
hombres enviado por Antíoco. Inmediatamente se renun-
ció al ataque y la flota se retiró a la isla sin más conse- cuencia que el saqueo de los alrededores de la ciudad enemiga.
00
No
118 Poblaciones desconocidas y de grafía dudosa.
LIBRO XXXVH 107
Se decidió entonces que Eumenes se Operaciones fuera a su país y preparase al cónsul y
navates: al ejército lo necesario para la travesía Batalla de Sida del Helesponto, y que las flotas romana
y rodia retornaran a Samos y permane- cieran allí fondeadas para impedir que Polixénidas se mo- viera de Éfeso. El rey regresó a Elea, y los romanos y rodios a Samos, donde falleció Marco Emilio, el hermano del pretor.
Celebradas las exequias, los rodios partieron hacia Ro- das con trece navíos suyos y una quinquerreme de Cos y otra de Cnido con el objeto de permanecer fondeados allí para hacer frente a una flota que según rumores venía de Siria, Dos días antes de que llegase de Samos con su flota Eudamo, trece navíos enviados desde Rodas al man- do de Panfilidas para hacer frente a la misma flota siria reforzados con cuatro naves que guarnecían Caria, libera- ron Dédala **” y algunas otras fortalezas de Perea del ase- dio de las fuerzas del rey. Se acordó que Eudamo saliera inmediatamente. También en este caso se añadieron seis naves descubiertas a la flota que tenía. Partió, y acele- rando la marcha cuanto podía dio alcance, cerca del puer- to llamado Megiste 2, a los que habían salido delante. Desde allí llegaron a Fasélide *** en una formación única, y se consideró que lo mejor era esperar allí al enemigo.
Se encuentra Fasélide en la frontera entre Licia y Pan- filia; está muy metida mar adentro, es la primera tierra que se divisa yendo de Cilicia a Rodas, y permite avistar
112 Fortaleza rodia situada en el golfo de Telmeso.
120 Megiste era el nombre de una isla de la costa licia, la moderna Castellorizo.
121 Hoy Terikova.
22
> fa
23
—]
[2]
108 HISTORIA DE ROMA
los barcos a distancia. Por esa razón precisamente se eligió el lugar, para encontrarse al paso de la flota de los enemi- gos. Pero debido a lo insano del lugar así como a la época del año, pues era a mediados del verano, aparte de los olores desacostumbrados, comenzaron a aparecer en- fermedades generalizadas sobre todo entre los remeros, co- sa que no habían previsto. Partieron, por miedo a esta epidemia, y navegando por el golfo de Panfilia * la flota abordó en la desembocadura del Eurimedonte, donde se enteraron por los aspendios de que los enemigos se encon- traban cerca de Sida. La flota del rey había navegado más despacio debido al inconveniente de la época de los vientos etesios, época casi fija de vientos del oeste 1%. Los rodios tenían treinta y dos cuadrirremes y cuatro trirremes. La del rey era una flota de treinta y siete navíos de mayor tamaño, entre los cuales contaba con tres hepteres y cuatro hexeres; además de éstas había diez trirremes. También ellos, desde una de sus atalayas, descubrieron la presencia. del enemigo. Al día siguiente al amanecer salieron de puer- to dispuestas a combatir aquel mismo día, y nada más do- blar el promontorio que avanza hacia el mar desde Sida, los rodios avistaron a los enemigos y al mismo tiempo fue- ron avistados por ellos. En la flota real, Aníbal mandaba el ala izquierda, que se extendía hacia alta mar, y Apolo- nio, uno de los altos dignatarios, mandaba el ala derecha, y tenían ya las naves alineadas proa al frente. Los rodios llegaban en una larga hilera; en cabeza iba la nave capita- na de Eudamo, cerraba la marcha Caríclito, y mandaba
122 El golfo de Adalia, desembocadura del Eurimedonte, en cuya mar- gen derecha, un poco hacia el interior, estaba Aspendo.
123 En realidad los vientos dominantes en la zona entre junio y sep- tiembre soplan del noroeste.
LIBRO XXXVUH 109
el centro de la flota Panfílidas. Eudamo, al ver la flota 9 enemiga en formación de combate, se dirige a su vez hacia alta mar y acto seguido da orden de que las naves que lo siguen formen una línea frontal manteniendo el orden. Esta maniobra generó confusión en un principio, pues no 10 se había adentrado en el mar lo suficiente como para que pudieran desplegarse en línea hacia tierra todas las naves, y, con las prisas, se enfrentó a Aníbal demasiado precipi- tadamente con sólo cinco navios; los demás no lo seguían porque habían recibido orden de formar una línea frontal. A los últimos de la columna no les quedaba espacio alguno 1: hacia tierra, y mientras se entorpecían unos a otros, en el ala derecha se combatía ya contra Aníbal.
Pero en cosa de un instante la calidad de sus navíos 24 y su experiencia marítima hicieron que los rodios perdie- ran el miedo por completo. De modo que, por una parte, 2 sus naves se desplazaron rápidamente mar adentro dejan- do sitio hacia tierra cada una a la que venía detrás, y al mismo tiempo, cuando alguna golpeaba con su espolón a una nave enemiga, le destrozaba la proa o le barría los remos o pasaba libremente entre las filas y la atacaba por popa. El mayor susto lo provocó el hundimiento de una 3 heptere real, con una sola embestida, por una nave rodia mucho más pequeña, con lo cual el ala derecha enemiga se veía claramente abocada a la huida. Mar adentro, Aníbal, gracias sobre todo al número de sus naves, acosa- ba a Eudamo, netamente superior en los demás aspectos; y, lo habría rodeado, de no ser porque se alzó en la nave pretoria la señal que habitualmente se empleaba para re- agrupar la flota dispersa, y todas las naves que habían ven- cido en el lado derecho acudieron a prestar ayuda a los suyos. Entonces también Aníbal y las naves que estaban a s su alrededor emprendieron la huida, y los rodios no pudie-
Le
110 HISTORIA DE ROMA
ron emprender la persecución debido a que una gran parte de sus remeros estaban enfermos y por ello se cansaban más aprisa. Cuando estaban recuperando fuerzas en aita mar, donde se habían detenido, Eudamo, al ver a los ene- migos llevando a remolque de sus naves descubiertas las na- ves a la deriva o averiadas, y que eran pocas más de una veintena las que se retiraban indemnes, pidió silencio des- de la torre de su nave pretoria y dijo: «Levantaos y con- templad un extraordinario espectáculo». Se incorporaron todos y al observar la atropellada huida del enemigo pidie- ron a gritos casi al unísono ir en su persecución. Precisa- mente la nave de Eudamo había sufrido daños por multi- tud de impactos; ordenó a Panfílidas y Caríclito que man- tuvieran la persecución mientras les pareciera que no había 9 peligro. La persecución se prolongó por algún tiempo; cuando Aníbal se acercaba a tierra temieron que el viento los retuviera en la costa enemiga y volvieron junto a Euda- mo, y después remolcaron hasta Fasélide, no sin dificul- tad, la heptere capturada que había sido golpeada en el 10 primer encontronazo. De allí regresaron a Rodas acusán- dose mutuamente, más que alegrándose por la victoria, por- que no había sido hundida o capturada toda la flota ene- 11 miga, cuando se había dado esa posibilidad. Aníbal, afec- tado por su única derrota, ni siquiera entonces se atrevía a costear Licia, y eso que deseaba establecer contacto cuanto 12 antes con la primitiva flota real; además, para evitar que tuviera libertad para hacerlo, los rodios enviaron a Carícli- to con veinte navíos de espolón a Pátara y al puerto de 13 Megiste. A Eudamo le dijeron que volviera al lado de los romanos a Samos con las siete naves más grandes de la flota que había mandado y que, en la medida en que tuvieran peso ante ellos sus consejos y su autoridad, con- venciera a los romanos para tomar Pátara al asalto.
a
—]
[o 2)
LIBRO XXXVH 111
A los romanos les produjo una gran alegría primero la noticia de la victoria y después la llegada de los rodios. Y estaba claro que si se les quitaba a los rodios aquella preocupación, podrían, tranquilamente, asegurar la protec- ción de los mares de aquella zona. Pero la marcha de An- tíoco de Sardes les impidió abandonar la vigilancia de Jonia y Eólide, por temor a que fueran aplastadas las ciu- dades de la costa. Enviaron a Panfílidas con cuatro naves cubiertas a unirse a la flota que estaba en las cercanías de Pátara. Aparte de reunir las guarniciones de las ciu- dades del contorno, Antíoco había enviado mensajeros y cartas a Prustas, rey de Bitinia, protestando por el paso de los romanos a Asia, pues venían a acabar con todos los reinos para que no hubiera más imperio que el romano en ningún lugar de la tierra; Filipo y Nabis habían sido reducidos; él era el tercer objetivo; aquella especie de in- cendio incesante los iría alcanzando a todos según la pro- ximidad de cada uno con el último aplastado; después de él, el paso siguiente sería contra Bitinia, puesto que Éume- nes se había sometido voluntariamente a la esclavitud.
Estas consideraciones preocuparon a Prusias, pero una 8
carta del cónsul Escipión, o más bien de su hermano Afri- cano, disipó en él tales recelos; éste, aparte de referirse a la ininterrumpida costumbre del pueblo romano de acre- centar con toda clase de honores la dignidad de los reyes aliados, a base de ejemplos de su propia familia impulsó a Prusias a buscar su amistad: los régulos acogidos a su protección en Hispania eran reyes cuando los había deja- do; a Masinisa no sólo lo había colocado en el trono de su padre sino que lo había asentado sobre el de Sifax, que lo había expulsado anteriormente, y Masinisa era no sólo el más próspero de los reyes de África sino equiparable en dignidad y poder a cualquiera de los reyes del mundo
25
pu
0
1
al
13
26
4
3
112 HISTORIA DE ROMA
entero. Filipo y Nabis, enemigos y derrotados en guerra por Tito Quincio, habían seguido en sus reinos, ello no obstante. A Filipo, por cierto, se le había condonado ade- más el tributo el año anterior y le había sido devuelto su hijo, un rehén; y los generales romanos le habían permiti- do recobrar algunas ciudades de fuera de Macedonia. Tam- bién Nabis habría estado en una posición igualmente hon- rosa si no lo hubieran destruido en primer lugar su propia locura y después la traición de los etolios. La disposición de ánimo del rey se vio confirmada sobre todo con la lle- gada de Gayo Livio, que anteriormente había mandado la flota como pretor; enviado por Roma, le hizo ver cuánto más seguras eran las perspectivas de victoria para los ro-
manos que para Antíoco, y cuánto más respetada e inque-
brantable sería su amistad entre los romanos. Cuando Antíoco perdió las esperanzas AU Aci de una alianza con Prusias, marchó de Batalla Sardes a Efeso para inspeccionar la flota de Mioneso que llevaba varios meses equipada y pre- parada, y ello porque veía que con las fuerzas de tierra no podía hacer frente a un ejército roma- no y unos generales como los dos Escipiones, más que por las operaciones navales en sí, porque las hubiera intentado con éxito en alguna ocasión o porque ahora tuviera en ellas una confianza grande y bien fundada. No obstante, en ese momento había un motivo para la esperanza, porque había oído que una parte importante de la flota rodia se encontraba en las cercanías de Pátara y además el rey Éume- nes había marchado al Helesponto con todas sus naves al encuentro del cónsul. También contribuía en cierta medida a fortalecer su moral la destrucción de la flota rodia cerca de Samos merced a una oportunidad propiciada a traición. Confiado en estas circunstancias, envió a Polixénidas a
LIBRO XXXVII 113
probar fortuna con la flota en un combate en la forma que fuese, y él marchó hacia Nocio *** al frente de sus tropas. Esta plaza perteneciente a los colofonios está situa- da sobre el mar a unas dos millas de distancia de la anti- gua Colofón. Quería que estuviera en su poder esta ciudad en concreto, tan cercana a Éfeso que cualquier movimien- to que hiciera por tierra o por mar estaría al alcance de la vista de los colofonios, y a través de éstos sería conoci- do de inmediato por los romanos; y por otra parte no dudaba de que al tener noticia del asedio los romanos des- plazarían de Samos su flota para prestar ayuda a la ciudad aliada, y esa sería la ocasión de actuar para Polixénidas. Comenzó, pues, el ataque a la ciudad con obras de asedio; prolongó hasta el mar las fortificaciones por los dos lados a la vez, llevó los manteletes y el terraplén hasta la muralla por ambos lados, e hizo avanzar los arietes protegidos por las «tortugas» '%, Aterrados por estas amenazas los colo- fonios enviaron parlamentarios a Lucio Emilio, a Samos, a implorar la protección del pretor y del pueblo romano. Emilio estaba incómodo por su larga permanencia en Sa- mos sin hacer nada, y la última cosa con que contaba era con que Polixénidas, al que había provocado en vano por dos veces, fuese a presentar bataila; además consideraba humillante que la flota de Éumenes ayudara al cónsul a trasladar a Asia sus legiones mientras que él estaba sujeto a prestar ayuda a la sitiada Colofón, operación de conclu-
124 Nocio, junto a un entrante rocoso que servía de puerto, pasó a llamarse Colofón marítima (cf. XXXVIMT 39, 8), distinguiéndose de la antigua Colofón. Pero la distancia es de unos 17 km., más próxima a doce que a dos millas; podría haber, pues, una corrupción en el numeral.
125 Se refiere no a la formación de asalto de los legionarios sino a la testudo arietica, elemento auxiliar para el transporte y protección del ariete en acción.
9
11
12 13
27
bo
uy
HH
114 HISTORIA DE ROMA
sión incierta. El rodio Eudamo, al que también había reteni- do en Samos cuando quería marchar al Helesponto, y todos los demás lo presionaban y le decían que era mucho mejor liberar a los aliados del asedio o derrotar una vez más a una flota ya derrotada en una ocasión y arrebatarle entera- mente al enemigo el control del mar, en lugar de abando- nar a los aliados, entregar Asia a Antíoco por tierra y por mar, y marcharse al Helesponto, donde era suficiente la flota de Éumenes, alejándose de la zona bélica de su res- ponsabilidad. > |
Partieron de Samos en busca de provisiones, pues se habían agotado ya por completo, y se disponían a cruzar a Quios; era éste el granero de los romanos, y todas las naves de transporte enviadas desde Italia dirigían hacia allí su rumbo. Navegaron desde la ciudad hasta el lado opuesto de la isla —el lado que da a Quíos y Eritras, expuesto al viento norte—, y se disponían a hacer la travesía cuando el pretor fue informado por carta de que habia llegado a Quíos un gran contingente de trigo procedente de Italia, y que las naves que transportaban vino se habían retrasado debido a las borrascas. Al mismo tiempo llegaron noticias de que los habitantes de Teos '?$ habían hecho un genero- so ofrecimiento de víveres a la flota del rey y le habían prometido cinco mil vasijas de vino. A media travesía cam- bió de pronto el rumbo de la flota dirigiéndose a Teos con el propósito de echar mano de las provisiones prepara- das para el enemigo, si los habitantes estaban de acuerdo, o si no, de tratarlos a ellos como enemigos. Habían puesto proa a tierra cuando aparecieron a la altura de Mioneso quince navíos, y el pretor, creyendo en un principio que pertenecían a la flota real, se puso a perseguirlos; después
26 Situada en la costa jónica enfrente de Samos, al norte.
LIBRO XXXVHu 115
resultó que eran falúas y lanchas rápidas de piratas. Vol- 5 vian con toda clase de botín tras saquear la costa de Quíos, y cuando avistaron la flota en alta mar emprendieron la huida. Con sus embarcaciones más ligeras y construidas con ese fin ganaban en velocidad, y además estaban más cerca de tierra. Por eso se refugiaron en Mioneso antes 6 de que se acercara la flota, y el pretor iba detrás, pensan- do, en su ignorancia de la topografía, que sacaría las em- barcaciones del puerto. El promontorio de Mioneso está 7 entre Teos y Samos. En sí es una colina en forma de cono que se alza sobre una base bastante ancha rematando en punta; desde tierra se accede allí por estrechos senderos; por el lado del mar está cerrado por rocas socavadas por las olas hasta el punto de que en algunos sitios las rocas colgantes avanzan en el mar más que las naves que están fondeadas. Las naves no se arriesgaron a acercarse por 8 allí para no ponerse a tiro de los piratas situados sobre las rocas, y perdieron el día. Por fin, a la caída de la noche 9 desistieron de su vano empeño y al día siguiente llegaron a Teos, y después de fondear las naves en el puerto que hay en la parte de atrás de la ciudad —Gerestico, lo lla- man ellos—, el pretor dejó libres a sus hombres para sa- quear los alrededores de la ciudad.
A la vista de la devastación, los habitantes de Teos 28 enviaron al romano parlamentarios con cintas y ramos de olivo. Cuando éstos trataron de exculpar a su ciudad de 2 cualquier acto o palabra hostil a los romanos, respondió acusándolos por haber ayudado a la flota enemiga y por la cantidad de vino que habían prometido a Polixénidas; si proveían a la flota romana en la misma medida, retiraría a sus hombres del saqueo; en caso contrario, los trataría como enemigos. Cuando los emisarios volvieron con esta 3 respuesta tan dura, los magistrados convocaron al pueblo
1
ua
mn
=J
ho]
Jem.
116 HISTORIA DE ROMA
a una asamblea para debatir qué debían hacer. Casual- mente aquel día Polixénidas, que había salido de Colofón con la flota del rey, se enteró de que los romanos habían salido de Samos, que habían perseguido a los piratas hasta Mioneso, que estaban saqueando el territorio de Teos y que sus naves estaban fondeadas en el puerto Gerestico; entonces echó anclas a su vez en un puerto escondido frente a Mioneso, en una isla que los marinos llaman Ma- cris. Desde allí observó de cerca los movimientos del enemigo y en el primer momento concibió grandes espe- ranzas de derrotar a la flota romana de la misma forma que había derrotado a la rodia en Samos bloqueando en la salida la bocana del puerto. La topografía no es muy diferente: los dos promontorios se van aproximando el uno al otro y cierran el puerto de forma que apenas pue- den salir de él dos naves al mismo tiempo. Polixénidas tenía pensado ocupar la entrada durante la noche, apostar diez navíos junto a cada promontorio para atacar por am- bos flancos los costados de las naves que salieran, desem- barcar en la costa los combatientes del resto de la flota como había hecho en Panormo, y caer sobre el enemigo por tierra y por mar simultáneamente. Este plan no le habría fallado de no ser porque los romanos, al compro- meterse los habitantes de Teos a hacer lo que se les orde- nara, consideraron preferible para el embarco de los víve- res trasladar la flota al puerto que está delante de la ciudad. Dicen que además el rodio Eudamo llamó la atención sobre los inconvenientes del otro puerto al haber enredado y roto los remos dos naves en la estrecha entrada. El pretor se decidió también a trasladar la flota, entre otras razones, porque había peligro por el lado de tierra, al te- ner Antíoco su campamento base no lejos de allí.
LIBRO XXXVI 117
Trasladada la flota hacia la ciudad, sin que nadie 29 supiera nada, soldados y marineros desembarcaron para repartir entre las naves los víveres y sobre todo el vino; entonces dio la coincidencia de que fue conducido ante el 2 pretor un campesino, al mediodía, y dio la noticia de que desde hacía dos días había una flota fondeada junto a la isla de Macris y que poco antes se había visto movimiento en algunas naves, como si fueran a zarpar. El pretor, alarmado por tan inesperada circunstancia, ordena tocar las trompetas para que regresen los que estén dispersos por los campos, y envía a los tribunos a la ciudad para que hagan embarcar a soldados y marineros. Se produce el 4 mismo atropellamiento que en un incendio repentino o en la toma de una ciudad: unos corren a la ciudad para hacer volver a los suyos, otros vuelven a las naves a la carrera desde la ciudad, y entre gritos confusos a los que se supet- ponían además las trompetas, entre órdenes contradicto- rias, al fin se aglomeran ante las naves. Apenas podían s reconocer cada uno la suya o llegar hasta ella debido a la confusión, y el desbarajuste hubiera sido peligroso por mar y por tierra de no ser porque se repartieron las res- ponsabilidades, y Emilio salió del puerto el primero con la nave pretoria dirigiéndose a alta mar y a medida que iban llegando las que lo seguían colocó a cada una en su puesto en formación frontal; mientras tanto Eudamo petr- 6 manecía cerca de tierra con la flota rodia para que se efec- tuara el embarco sin precipitaciones y fuera saliendo cada * nave a medida que estaba preparada. Así, las primeras se : desplegaron en línea a la vista del pretor cerrando la for- mación los rodios, y alineados en orden de combate, como si tuvieran a la vista a la flota real, avanzaron mar aden- tro. Estaban entre Mioneso y el promontorio de Córico cuando avistaron al enemigo. Y la flota del rey, que 8
a)
ma
118 HISTORIA DE ROMA
llegaba en larga columna de dos naves en fondo, desplegó su frente de combate de cara al enemigo estirándose hacia el lado izquierdo lo suficiente como para poder rodear y 9 aislar el ala derecha de los romanos. Cuando Eudamo, que cerraba la formación, vio que los romanos no podían formar una línea igual y que estaban a punto de ser en- vueltos por el lado derecho, dio velocidad a sus naves —las rodias eran con mucho las más veloces de toda la flota—, y tras igualar las alas enfrentó su nave a la capita- na en la que se encontraba Polixénidas. 30 Habían entrado ya en el combate en todas partes a la vez las flotas en su totalidad. Por parte romana comba- 2 tían ochenta naves, veintidós de las cuales eran rodias. La flota enemiga se componía de ochenta y nueve navíos, y contaba con tres hexeres y dos hepteres, las naves de ma- yor tamaño. Los romanos eran muy superiores a los ro- dios por la solidez de las naves y el valor de los soldados, y las naves rodias lo eran por su movilidad y por la pericia 3 de sus pilotos y la técnica de sus remeros; sín embargo, las que causaron mayor pánico a los enemigos fueron las que llevaban fuego delante, y éste que había sido su único medio de salvación en Panormo cuando estaban rodeados, en esta ocasión fue de la mayor importancia para la victo- 4 ria. En efecto, por temor al fuego que tenian enfrente, las naves del rey se escoraban para que no chocasen las proas, y no podían golpear con su espolón al enemigo y además ellas mismas presentaban sus costados a los gol- 5 pes; si alguna iba al choque, quedaba envuelta en el fuego que le echaban encima y el incendio creaba mayor nervio- 6 sismo que el combate. No obstante, como suele ocurrir en la guerra, el valor de los soldados fue el factor más decisivo, pues los romanos rompieron por el centro el frente enemigo, describieron un arco y se presentaron por la es-
LIBRO XXXVH 119
palda ante los del rey que luchaban contra los rodios, y en un instante resultaban hundidos el centro de Antíoco y las naves rodeadas del ala izquierda. En el ala derecha, intacta, el miedo era mayor por el descalabro de los alia- dos que por el propio peligro. Así pues, cuando vieron que las otras naves estaban rodeadas y que la nave pretoria de Polixénidas abandonaba a sus aliados y se daba a la vela, izaron los foques a